La primera vez que Maddox se calzó unos zapatos ya había cumplido los quince años. No le importaba que no fueran de diseño, ni siquiera que todos se le quedaran mirando mientras andaba torpemente. Su amplia sonrisa anulaba cualquier prejuicio, burla, u opinión vertida sobre su inexperto caminar. Eran sus zapatos mágicos. Cada mañana, al despertarse, anudaba el lazo de los cordones como un orfebre creando una delicada obra de arte.
Había volado durante horas desde Camboya. Sus piernas cercenadas por una mina antipersona esperaban ser reconstruidas bajo la mano experta de un cirujano ortopédico. Maddox, nombre camboyano que curiosamente significaba vida, había profanado con su inocencia una de las diez millones de minas que aún existían en su país. Hoy, con la ilusión y la moral intactas, observaba las huellas de su recién estrenada normalidad perfiladas por la lluvia en el asfalto.
7 comentarios:
Duro y real.
Un bico Maite
Que retrato has pintado,en el espejo de gente tan fuerte siempre puedo ver que no soy nada.
Sobran las palabras Maite. Siguen destrozándonos a todos porque todos nos llamamos Maddox.
Blogsaludos
Carmela: así es, un reflejo de una realidad dura, como muchas otras ante las que de una forma u otra no podemos permanecer impasibles.
Carlos: en efecto. Somos diminutos, pero sin embargo, afortunados.
Adivín: sí, sobran, por eso sólo quiero fundirme en este abrazo.
Tremendo, me recordó a "Las tortugas también vuelan" los niños son niños con o sin pies "con la ilusión y la moral intactas" dan lecciones de vida.
Gracias
Buna historia Maite, formalmente también.
Anita: vi esa película y realmente me impactó. Estoy totalmente de acuerdo contigo en que los niños dan lecciones de vida increibles. Un abrazo.
Isabel: Muchas gracias por tu comentario. Este relato ganó un premio, así que le tengo mucho cariño, por su significado y por lo que me aportó.
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