Se despertó inquieto, esperando que, como cada día, sus lacayos acudieran a asearle y vestirle. Aquella mañana se pondría su guerrera, su banda de general y sus lustrosas botas.
Se acordaba de su amada Josefina. Le costaba apartarla de sus pensamientos. Ella era la única persona con la que había generado un auténtico lazo sentimental. Envuelto por ese halo de romanticismo, decidió que hoy daría un gran paso. Mandaría una misiva al Sumo Pontífice para que acudiera al acto de su coronación como Emperador de Francia.
De un salto se puso en pié y continuó esperando. Poco a poco comenzó a impacientarse, tenía prisa por tomar posesión de su cargo. Contrariado por la tardanza, empezó a aporrear la puerta y las paredes con violencia, profiriendo unos gritos ensordecedores: “Soy vuestro Emperador, Napoleón Bonaparte” Al instante se oyeron unos pasos, el tintineo de unas llaves y las vueltas del cerrojo. Dos corpulentos celadores entraron al acolchado cuarto. Lo inmovilizaron, lo tumbaron, y, sin más miramientos, le aplicaron su ración de terapia por electroshock.
Maite
4 comentarios:
Que preciosidad de relato Maite.
Maravilloso,apabullante.
Increíble... me encanta!
Terrible el mundo de quien se cree quien no es.
La mayor parte están en la calle y pasan por gente normal...
Muy bien relatado Maite,
Un biquiño.
Carlos de la Parra: qué bien que te haya gustado, Carlos. Gracias por tu paso.
Anita: ya ves, este tenía algo más que un puntito de locura. Un abrazo.
Carmela: Sí, ciertamente terrible. Aunque hay muchos más cuerdos que locos creyéndose quienes no son. Gracias por tu aportación. Un abrazo
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