¿La
respuesta de mi marido? Ninguna.
Durante semanas le pedí que hablásemos, que me dijese
qué problema había, que no olvidase que le quería; pero su silencio acabó por
crisparme los nervios. Admito que comencé a elevar el tono de voz, a gritarle
incluso, mientras impotente veía como él seguía sin abrir la boca.
Hoy al fin despegó los labios, salió de ellos como un
gemido y esperé hasta que vi la sangre extendiéndose por su camisa. ¿Cómo podía
yo imaginar que un día se me escaparía un disparo? Idiota, si hubiese hablado…,
toda la culpa es suya.