No estabas Tú. No estaba Él. Un visor en blanco, un papel abollado, un cuaderno sin hojas, y tu brazo alargándose hacia el cesto, tus dedos casi elásticos, sin poder llegar a él. . .
Un cesto de metal repleto de ideas, muchísimos versos, borradores de microrrelatos, cuentos sin final. Un cesto de mimbre con lápices sin punta, lapiceros/as sin repuesto, algún resaltador seco y un teclado Accutype destartalado.
¡Cuánta desolación! Nada que leer, nada que publicar. En su oscuridad de letras, el Micrrorrelatista agoniza. . .