Daniel Galantz es un fantástico humorista gráfico que los que siguen este blog ya conocerán. Para los que no lo conozcan recomiendo que visitéis su blog GALANTZ.

Pues bien, cual fue mi sorpresa cuando hace unos días abrí mi correo y vi un mensaje suyo en el que me enviaba un bonito diseño para El Microrrelatista. Me gustó mucho y es el que podéis ver en la cabecera de esta página.

¡Gracias Daniel!

viernes, 31 de diciembre de 2010

AIRES DE LIBERTAD

Esa mañana Andrew leía la columna de opinión donde hablaban de él. Sobre la pequeña mesa descansaba un plato de judías sin tocar y unos trozos de mandarina aplastados, llevaba tiempo sin dormir ni comer bien. En alguna parte, por encima de los tejados, tañían las campanas anunciando que el vencimiento del plazo andaba cerca. Emitió un suspiro de resignación. Había llevado a cabo su último deseo contando al mundo la verdad de cómo sucedieron los hechos y argumentando sobre los casos de Charles Munsey, Earl Washington y otros trece inocentes más. Tras la publicación en prensa de su artículo, la movilización social y mediática estaba siendo espectacular. Una hora más y ya sería tarde. En ese instante, su abogado entró en la celda exhibiendo una gran sonrisa y una hoja de papel en su mano derecha, ambos habían logrado la conmutación de su pena de muerte.


Relato presentado al concurso de Microrrelatos sobre abogados utilizando las palabras: columna, mandarina, campana, vencimiento y pena.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Cuando el roce no hace el cariño

Tras cuarenta años trabajando Marcelino consiguió jubilarse. Solterón empedernido, ya nada le ataba para hacer todo cuanto se le antojara. Por eso sus amigos no entendían por qué cada mañana viajaba a Madrid y en plena hora punta se metía en el metro sin destino alguno. Cuando le preguntaban él contestaba escuetamente que estaba descubriendo placeres que hasta ahora le eran desconocidos. Una tarde volvió con un ojo morado, días después fueron el labio y el otro ojo los que volvieron renqueantes. Fue así como todos comprendieron que los placeres que encontraba gratis su cuerpo los pagaba bien caros.

Miguel

Acuática

Nacer un 27 de enero por parto acuático marcó a Marimar. Su unión con el agua continuó cuando tras licenciarse en Ciencias del Mar conoció a Marino, un Piscis del Canal de Isabel II, con el que se fue a vivir a Cánovas del Castillo, junto a Neptuno.

Por ello quizás a todos les sorprendió que aquel tormentoso día Marino cayera con el coche al Manzanares para no volver.

Poco después Marimar alquiló un apartamento en la costa, y en su primera noche, bajó hasta la playa, se quitó el bañador y avanzó hacia el horizonte entre las olas.

Miguel

Tic (365 días) tac

Era consciente del paso del tiempo sólo por su vecina. Exactamente un año mayor que él, siempre le había servido como referencia de lo que estaba por venir: lloró un año antes del comenzar al colegio, mantuvo el tabaco escondido un año antes de fumar el primer cigarro, el día que la vió salir vestida de blanco supo que estaba cerca la hora de quedarse soltero y mucho más tarde sería en la torpeza de los movimientos de ella donde él percibiría su propia vejez.
Llevaba una semana preocupado porque una ambulancia la llevó al hospital. Hoy, al ver pegada su esquela en la puerta del edificio, empezó a preparar su propia mortaja.

Hugo Cueto.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Psiquiátrico

Que por qué estoy aquí? Básicamente por no oír.
La noche anterior habíamos tenido una horrenda pelea, nuestra primera pelea, la última.
El cariño que nos teníamos le puso el freno a la pelea, y luego nosotros le pusimos el freno a la relación, bueno, ella decidió cortar y yo estuve de acuerdo.
No dormimos, fue una larga noche, cortamos la relación, pero también cortamos con el rencor, hablamos mucho.
En la madrugada ella se bañó; se puso su ropa preferida, la de volar me dijo (ahora lo entiendo); con calma mientras seguíamos hablando ya sin lagrimas en los ojos, hizo la maleta.
Ya estoy lista, me dijo, me dio un beso suave en los labios, me cerró los ojos con su mano derecha y soltó un casi imperceptible adiós.
No cogió la maleta, se dirigió al balcón, yo me quede con los ojos cerrados, paralizado, según lo que oía imaginaba lo que estaba pasando, pero aun así me fue imposible moverme, oí que se subía a la barandilla, y yo no me pude mover.
Sin abrir los ojos oí cuando saltó; completamente inmóvil y ciego esperé durante horas, pero nunca la oí caer.



http://relatosenlinea.blogspot.com/

SI ELLA PUEDE,¿PORQUÉ TÚ NO?

Por fin la habían dejado en paz, apoyada en una pared cualquiera de una casa cualquiera.
Era un escoba vulgar, palo y faldas de paja, esa paja ya gastada de tanto uso.
Todos los días un par de manos la sacaban de su retiro y la manejaban a su antojo; ahora derecha, ahora izquierda, ahora restos de comida o telarañas, tanto daba y ella no podía protestar, no poseía voluntad propia.
Sólo durante la noche el tiempo era de ella y, aunque inmovilizada, podía pensar en como escapar de aquella esclavitud. Tenía que lograrlo antes de que fuera tarde y acabar en el contenedor de basura mas cercano, en medio de todo lo que ella había barrido.
Pero ella no era basura, ella era una ESCOBA. Así que comenzó a desear elevarse del suelo. Y cada vez deseaba y deseaba con más y más fuerza. cerrando los ojos e imaginándose que era ave que cruzaba el cielo, hoja del árbol que el viento elevaba, estrella fugaz que el cielo surcaba, globo de feria escapado de manos de un niño... 
!Y el milagro se hizo! Sintió como sus pajas dejaban el contacto con el suelo alejándose cada vez con más velocidad, tanta que como un cohete atravesó la ventana más cercana, rompiendo el cristal en mis pedazos y desapareció en la inmensidad de la noche.
Al día siguiente, otra escoba recién estrenada, ocupaba su lugar barriendo los restos de cristales que ella había dejado, manejada por unas manos desconcertadas.


Carmela

La partida de ajedrez

-Jaque mate
-¡Mierda! y bueno, es tuyo.
Pedro abre la puerta y explica en tono educado.
-Tras una evaluación concienzuda de su tarea en la tierra, Dios Todopoderoso ha determinado que no podrá entrar al Paraíso. ¡Lo lamento!
Le indicó el camino y cerró la puerta metiendo tabaco en la boca, mientras se sentaba en el banquito a observar el siguiente juego entre el luminoso y el oscuro.
-Para la próxima, será una partidita de truco- retruca el Todopoderoso guiñándole un ojo al cornudo rojo, mientras le hace una seña a su acólito para que le acerque un whisky.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Críos

Era perfecta para nosotros.
Tenía tres hernias lumbares y la columna torcida como la torre de la iglesia. Sostenía la cabeza a duras penas, danto tumbos sobre el cuello como la campana al dar las horas. Parecía hacer incluso “tolón-tolón” al caminar.
La echamos de menos.
Extrañamos esos andares rotos y esas manos retorcidas hacia dentro, como intentando agarrar sus propios hombros mediante un abrazo raro, curvo y siniestro.
Nos gustaba lanzarle fruta mientras la insultábamos.
Ciruelas, mandarinas y algún que otro melón pasado eran balas perfectas. En verano la plaza se convertía en un campo de tiro con ella como diana.
Ahora que ya no está necesitamos un sustituto y es difícil encontrar a alguien que reciba los golpes sin rechistar. En una semana tendrá lugar el vencimiento del plazo y si no aparece otro igual habrá que solucionarlo. Es obvio que si no existe estaremos obligados a fabricarlo.

Una fiesta pasada por agua.



-"¡CORREEEEER!"-gritó uno de ellos y los nueve niños de cuatro años invitados al cumpleaños empezaron a hacerlo, cada uno en una dirección diferente...todos menos Pablo que paralizado por el miedo se quedó allí, con la boca abierta observando la transformación. Mientras, en la casa, la madre tomaba un café con las demás. Ninguna se dio cuenta de que había comenzado a llover.
-"Voy al jardín a mirar qué tal se portan"- dijo una.
-"Déjalos, están con el payaso...¿no los oyes cómo gritan?...eso es que les encanta"- le comentó la anfitriona.

Cuando el del pelo rojo estirado y la cara desdibujada por el agua empezó a gruñir, el boquiabierto se desmayó.

-"Grrrrr...demonios...una hora de maquillaje y el traje a tomar por el cul...y dentro de media hora tengo otro cumpleaños...¡Niñooo!...estas tonto, no te tumbes ahí que te vas a poner perdido...¡NIÑOOOOO!".

su

EL DÍA DE NAVIDAD


Al final nos decantamos por un restaurante especializado en carnes. Ahora toda mi familia huele a fritanga. Salvo yo, que conseguí escapar.

Manuel Merenciano

sábado, 25 de diciembre de 2010

Una reflexión sobre el silencio: "La Pianista"


Aquella pieza interpretada por sus prodigiosas manos, sonaba celestial.

Pero, ¿qué hacía tan especial a esta concertista?...
La sensibilidad con que vivía la música; la porción de alma depositada en cada nota y que, éste, sería su último concierto.
libertad y belleza

Concluyó. Inmóvil, con los ojos abiertos mirando a su compañero de viaje, el piano. Le cayeron lágrimas. Inspiró con fuerza y se puso, en pie,  frente a su público… En ese instante, explotó la emoción acumulada en forma de aplausos y gritos de ¡bravo! Quince minutos, veinte, de ovaciones, que la artista agradecía acariciando con las manos su corazón para, después, lanzarlo a toda la sala.

Pidió silencio  para dirigirse al Auditorio,  pero le resultó imposible enmudecer a tantos fieles. Con sus manos hacía lo mismo; intentaba silenciarlo…

“Hoy es mi último concierto.  No tenéis idea del dolor de dejar lo que ha sido mi vida desde que alcanzo a recordar…

Soy sorda desde los once años... He tocado el piano porque recuerdo todos y cada uno de los sonidos que emite. Cuando supe que perdería el oído, lo estudié y memoricé todo…

Que ¿cómo fui capaz de interpretar música, e incluso componer, durante años?…  la respuesta es bien sencilla: “porque no hubo nadie que me dijera que no podría hacerlo…” Mis padres se limitaron a “dejarme hacer”.

Hace años, la nostalgia por querer oír de nuevo música, me hizo visitar médicos y hospitales. Me implantaron un chip en el cerebro. Funcionó. Estoy feliz porque he vuelto a oír la voz de mis padres. He escuchado por vez primera la de mi marido y mis hijos… Pero mi oído no aguanta los sonidos que emite mi piano. Noto dolor, un dolor  inmenso cuando toco… “Me duele mi piano”. Parece una ironía del destino”.


Towanda  (extracto del original para el microrrelatista)

ACÚFENOS

       Juan y Luis se sientan cada día en el mismo banco distinto. Mientras toman el sol, Juan – que en realidad no se llama Juan – le pregunta a Luis por su esposa. Luis – que tampoco es Luis – le contesta que la difunta está bien, algo pachucha, eso sí, y con los achaques propios de la edad, pero bien al fin y al cabo. Juan asiente con la cabeza y le dice que más o menos como su mujer, que también murió hace algún tiempo a pesar que la tienen frita los zumbidos en el oído, los huesos y últimamente anda un poco desganada, sin apetito. Luego suelen hablar largo y tendido de los hijos que fallecieron y a los que apenas ya ven porque viven muy lejos de aquí, en la capital. De los nietos que no tienen y a los que quieren con locura. Y de la guerra, maldita guerra, en la que combatieron cuando aún ni siquiera habían nacido. Entretanto, el sol que nunca llegó a salir se pone y cada uno tira por su lado, por donde no vino. Siempre en idénticas direcciones opuestas. Según el banco, según el sol, según el día.

Agustín Martínez Valderrama

viernes, 24 de diciembre de 2010

Todo empezó en Nochebuena

Siempre pensó que el overbooking era una de esas cosas que les pasaba a otros. Sentada en la cafetería del aeropuerto lamentó su error. Pidió un café con sacarina y un shandwich vegetal. Recordó sus reiteradas críticas a las comidas navideñas y, por primera vez en mucho tiempo, echó de menos a su familia y se sintió realmente sola. Al filo de los cuarenta tenía más trabajo que vida, más contactos que amigos y compartía piso con un gato llamado "Cariño".
Estaba absorta en sus pensamientos y no le vio acercarse.
- Mal día para quedarse tirado en el aeropuerto. Está libre?
Sin esperar respuesta se sentó a su lado.
- Hola, soy José
En otro momento ni siquiera le hubiera mirado, pero no pudo evitar una sonrisa antes de responder.
- Hola, yo soy María.

Puck

Solo el viento sabe

Lanzo la vista hacia el infinito. Vacío. Un enorme abismo del que no puedo vislumbrar el final. No sé qué vendrá después. No sé si estarás conmigo. Nada sé ahora. No sé siquiera si, apurada, seguirás caminando por aquel camino irregular que decidiste tomar; si mi nombre susurrará en tu pequeña cabeza. Incertidumbre, duda. Es horrible, lo sé. Certezas, pocas. Claras solo una; cada día, al levantarme, sonreiré pensando que en algún lugar del mundo, antes de cerrar los ojos cada noche, dedicarás unos segundos de tu ajetreada vida en un intento de rememorar las palabras que nos regalamos aquel día pero que solo el viento puede recordar.

Liquidación Navideña


Un hastío visceral la llevó a vagar aquella Nochebuena con la esperanza de encontrar algún cliente solitario. Las últimas luces se hacían acuosas en la noche londinense, a la hora en que ratas y cucarachas corren libremente por las calles. El aroma a galletas de jengibre brotaba de los hogares envolviéndola con recuerdos de una niñez para olvidar. No podía llorar, se correría su maquillaje. Debía apresurarse si quería encontrar algún rezagado de los bares que le diera un poco de olvido. Retocaba el bermellón de sus labios cuando lo vio en el espejo. El taciturno Jack caminaba a pocos pasos detrás de ella. Se sintió dadivosa. Pensó en ofrecerle compañía al costo de una sangría.
- Hola Jack... tengo un obsequio de Navidad para ti.
- Yo también Polly.
.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Última diversión.

El octogenario pasó horas sentado en el banco del parque, desde poco antes de que los chorros de la fuente empezaran a brotar. Iban apareciendo grupos de personas dedicadas a sus cosas y no le prestaban mayor atención. Mientras, el viejo miraba fijamente los hilos de agua entrelazándose delante de él. Algo pasó y los hombres, mujeres y niños fueron quedando pasmados por lo que veían. El anciano se había despojado de toda la ropa y en ese momento estaba desnudo en posición como si fuera un velocista a punto de tomar la salida. No pasaron dos segundos cuando ya corría a la velocidad que le permitían sus achacosos huesos. En el borde de la fuente, dio un salto, capuzándose en su seno. La gran salpicada dejó empapados a la mayoría de espectadores cuyas caras estupefactas contrastaron con la gran alegría del viejo. Aprovechó en nadar todo lo que pudo en la escasa profundidad ya que tenía cronometrado el tiempo de diversión.

Torcuato González Toval.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Navidad

Nadie se lo imaginó que el Rey del mundo, el Salvador, el Hijo de Dios en un establo de Belén iba a nacer. Todo fue tan diferente a cómo lo esperaban ver, el Salvador en un pesebre en vez de fuerte débil fue, miserable cómo humano, débil, pequeño y expuesto como renuevo, frágil era aquel bebé.

Los profetas predijeron tan real acontecimiento. Todos los creyentes esperaban asombra llegada, aguardaban un gran acontecimiento.

Nadie imaginó como el Rey del mundo, El Salvador iba a nacer. Aquella noche el Salvador nacería despojado de Gloria y Honor. Humilde sin gloria, vio la luz en un lugar de poco valor, lo acobijó un pesebre y los animales parecían postrarse ante tal acontecimiento.

Gozo, dicha y paz el Mesías vino a dar. Regalo de Dios del Cielo bajó.

Aquella noche fue como renuevo, el viento susurraba esperanza, las estrellas anunciaban al Rey, de la tierra brotó la Fe. El amor tomó forma de siervo. Emmanuel, Dios con nosotros.

Pocos le conocieron y pocos le conocerán, sólo aquellos que le den morada en su interior, habitación en su corazón. Bienaventurado aquel que puede creer en Él sin distracción.

Todos conocemos la historia, mi razón de ser Feliz. Navidad.

-¿Hoy es navidad, escritor?

-Quizá todos los días es, musa.

-Hermoso relato escritor...

-Es más que un relato musa, razón de felicidad.

¡Feliz navidad!

El escritor.

Daniel J. Hernández R.

Hablar en silencio

Le agarré de los brazos y zarandeándole le repetí, otra vez, una a una las palabras de la misma pregunta. De nuevo, no obtuve respuesta pero, esta vez, su cuerpo sí reaccionó.
Sus enormes ojos aceitunados se encharcaron de lágrimas y sus cejas adoptaron la posición de la culpabilidad.
Y justo en el momento antes de soltarle, comprendí que lo qué callaba era justo lo que yo no quería oír.

A mi edad

Para que no se enteren de que me he marchado realizo todos mis movimientos con gran sigilo; espero a que el resto de la familia concilie el sueño y abandono mi habitación aguantando incluso la respiración. De puntillas, desciendo las escaleras para acceder a la puerta de salida. ¡Ya casi la tengo!- me animo.
En un portal cercano, doña Esmeralda me espera según lo planeado. Nos conocimos hace un par de semanas en el Hogar del Jubilado y como unos adolescentes necesitamos vernos tanto de día como de noche.
Agarro el pomo y una voz venida del mismísimo demonio me grita: “¡Papá, vuelve a la cama!

FÁBULA


El león quiso demostrar que él era, no solo el amo de la selva, sino también de todo el planeta. Un día reunió a la prensa y a todos los cuadrúpedos bestiales, y les dijo:
─Voy a subir la gran montaña. Seré el primer animal terrestre en hacerlo.
Buscó mapas, calculó ángulos, y se marchó.
Luego de veinticuatro horas , alcanzó la cima.
Satisfecho por haberlo logrado, se durmió. De pronto, escuchó una vocecita:
─¡Bienvenido a la cima del mundo!

Al incrédulo león le dio un infarto y expiró.
La hormiguita le pasó por encima.

martes, 21 de diciembre de 2010

"Retazo"

Nació por vía de cesárea Cristina, único descendiente que tuvieron sus padres. El nombre lo improvisaron de apuro, por así decir; lo extrajeron de una criteriosa galera, tras evaluar la armonía fonética junto al apellido. Aguardaban a Juan Ramón Ernesto e irrumpió Cristina. El desencanto se fue desplegando corrosivo en sus ánimos.
La niña, alumna aplicada, fantasiosa y fácilmente ridiculizable, encorvaba la espalda, fruncía los labios cuando se concentraba, bizqueaba a veces y, adolescente ya, padecía ataques de picazón, o lloraba.
En procura de reducir fatigosa gimnasia (contar paradas de colectivos, o perros, o automóviles con tales o cuales características), ritos incoercibles (sentarse durante unos instantes en determinado sillón, antes de tomar la merienda), sueños repetitivos (su madre obstinándose en ofrecerle muestras de comprensión y cariño), concurrió a un curso de control mental que promocionaban por radio. En esas estaba, cuando ella y el licenciado que dictaba el curso se enamoraron. Sin tropiezos accedieron al altar; y ahora, él la embarazó y la tiene ilusionada con que por fin nacerá Juan Ramón Ernesto, una generación después. Retazo de vida.





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"Nunca soñé"

Nunca soñé con tres ojos que me escrutaran desde un pescuezo de jirafa. Que me escrutaran no sin dejar de entornarse alguno, alternativamente. Tres ojos y no tres pares de ojos de diferentes tonalidades. Tres ojos oscuros idénticos. Y que se posaran sobre mí sin benevolencia ni animosidad. Desde un pescuezo inconfundible, irreprochable. Desde una jirafa de la que pudieran pender arañas plateadas, moribundas, o exhaustas. Pendiendo como sólo penden lo esencial y lo sutil. Lo sutil exhausto, lo esencial moribundo. No estaríamos ellas y yo en un zoológico o en un ambiente no trastornado por el hombre. Pero yo no distinguiría el sitio, y hasta ese momento sería únicamente mis cuatro pintorescas narices, olfateando en vano, desasidas de cabeza reconocible. Yo consistiría, hasta entonces, en una pura memoria guiñolesca, afanándose por recuperarme. Sería, claro, una sustancia en su propia procura.

Nunca soñé con algo rubio gelatinoso aposentado sobre un punto cardinal. Ni me soñé punto cardinal sobre el que se aposentara determinada o indeterminada gelatinosa rubiedad.
Nunca soñé con escaleras derritiéndose sobre un valle de incienso. Dos mil ochocientos peldaños, sumando las sesenta y seis escaleras de fibra. Incienso que cubre todo el valle al que pertenezco desde mi primer sueño anotado en un cuaderno infantil. No estaría allí como ninguna de mis presencias mensurables. Y sin embargo, me brindaría a derretirme.

Nunca soñé con hexágonos de piel humana impidiéndome apoderarme de la gracia. Es poco no haber soñado nunca con la gracia apoderada impidiéndome la humana piel de los hexágonos.
Nunca soñé con el antojadizo poder de cristalizar, seccionar y envasar un crepúsculo. Y darlo a consumir sin reparos. Antojo de consumición.

Nunca soñé con un espejismo, ni cóncavo ni convexo. Espejismo con el que hubiera podido restituírseme la gobernabilidad de mis sueños.




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La vidriera II



Silvia Lainez había viajado nuevamente con su esposo, esta vez con un plan bien acordado: Lisandro haría las entrevistas a sus clientes más temprano y no regresarían de noche. Bajo esas condiciones, Silvia aceptó la invitación. Ya casi estaba terminado el trabajo de la jornada y el mediodía sugería un descanso reparador, para lo cual, nada mejor que un fresco y liviano almuerzo en un paquete restaurante vegetariano.  Sólo restaba un cliente y Lisandro habría de visitarlo a la siesta, como era costumbre hacerlo con él, ya que a esa hora el trabajo menguaba. Llegaron al lugar y el ruido atronador de una tormenta de verano acuciaba sobre los árboles. El desplome de un rayo a lo lejos y luego la lluvia refrescante, motivó a Silvia a apoltronarse, como era su costumbre, en el asiento del acompañante. Miraba correr la lluvia por el parabrisas y recorría desde abajo hacia arriba, los árboles que se bamboleaban con el viento. El cielo se oscureció aún más, por gruesas nubes grises.
Cuando giró su cabeza hacia la vereda de enfrente descubrió una inmensa vidriera, esta vez con maniquíes sin brazos.
_ ¡Qué mal gusto!, pensó Silvia Lainez. Su marido había prometido regresar pronto, pero la mujer sabía que ésa, era una promesa siempre incumplida. Contaba con tiempo a favor, decidió entonces, disfrutar del momento bajo la lluvia. Sus ojos se fueron cerrando lentamente en un revoleo hacia las gotas que golpeaban las ventanillas, cada vez más frecuentes. De pronto, un ruido estruendoso, parecido a una explosión la hizo sobresaltar:
_ ¿Y eso qué fue? se preguntó. Agazapada en el asiento, se incorporó despacito. Vio todo, calle y lluvia por medio: un hombre de apariencia joven se retorcía en el suelo. Una mujer rubia de espaldas, lo miraba indiferente, sin prestarle ayuda alguna. Llevaba el pelo mojado y se cubría con un impermeable gris. En su mano aún humeante un pequeño revólver. La vereda estaba desierta, no había movimiento ni de personas ni de automóviles, sólo los maniquíes sin brazos miraban horrorizados el charco de sangre que se iba agrandando con el fluir de la sangre, debajo de la cabeza del hombre. La mujer rubia se retiró, se fue caminando, perdiéndose en la cortina gris de la lluvia de verano. Silvia pensó rápidamente en pedir ayuda y sigilosa, se bajó del coche. Corrió hasta dónde estaba el hombre, lo tomó con cautela por sus hombros, manchándose las manos con sangre y, lo habló: Nada, le cerró los ojos claros desorbitados y gritó:
_ ¡Ayuda, ayuda, por favor!, sollozando y con el corazón acelerado golpeó la vidriera fuertemente.
_ ¡Qué alguien me escuche, por favor, que alguien me escuche: han matado a un hombre!
 Los maniquíes sin brazos la miraban compasivos, sin poder decirle que no había nadie en el local. Desesperada, Silvia seguía golpeando la vidriera. _Silvia, Silvia ¿No quieres bajarte y tomar un refresco? ¡Hace tanto calor! Le llegó la voz de su marido, con tono amable y hecha un susurro, como de muy lejos y abriendo de golpe los ojos se abrazó a Él.
_ ¿Escuchaste, Lisandro? Preguntó aferrada y temerosa.
_ ¿Qué cosa? contestó el hombre.
_ Mi pedido de auxilio, una explosión. . .
_ No querida, no escuchamos nada, es hora de siesta y lluvia, habrá sido un rayo a lo lejos completó Lisandro.
_ ¡No, No!, mataron a un hombre recién, una mujer rubia y se murió, pobrecito, nadie vino a ayudarlo, enfrente, enfrente. . . ya casi sin voz, explicaba Silvia ante la mirada indolente de su esposo que no entendía nada.
_ No, querida has soñado otra vez, no hay nada en la vereda de enfrente.
_ Pero yo lo vi, me había dormido y me desperté, estaba ahí en medio de un charco de sangre ¡Por Dios!
_ ¡Lisandro!, exclamó, ¡Lisandro gritó! ¿Qué han hecho?

_Vamos, repuso Lisandro, vamos a ver, para tranquilizarla.
Se pararon en la vereda todavía mojada por el agua de lluvia, limpia, a pesar del revuelo de hojas caídas. Desde la vidriera los maniquíes parecían sonreir.
_ ¿Ves, querida?, no hay nada, nada, tuviste una pesadilla por dormirte en el auto. Otra vez te bajas conmigo, reprochó el esposo.
Lisandro observó sobre el cristal de la vidriera restos de sangre. No dijo nada y volvieron al automóvil. Estaban por irse ya, empujados por el intenso calor que sobrevino a la lluvia de la siesta. Casi suben al vehículo, cuando de la nada emergió, raudo, un patrullero. Un agente policial se bajó y preguntó:
_ Recibimos una llamada de auxilio, pero no pudieron precisar la altura de la calle, sólo que había una gran vidriera. ¿Saben algo Uds.?
_ No, nada agente, no somos de este barrio y ya nos íbamos.
Lisandro condujo en silencio. Silvia lo acompaño con los ojos bien abiertos, mientras se miraba y restregaba las manos, una y otra vez. . .


Millz M

lunes, 20 de diciembre de 2010

LUZBEL

Los jueves, de cinco a siete, confesión. El codo sobre la rodilla, la palma de la mano izquierda aguantando la cabeza, el aguijón de ansiedad clavado en el pecho y la saliva abrasando. La espera. Escucha los pasitos cortos, el taconeo desigual sobre las baldosas. Descorre la cortina de terciopelo y recibe el aliento a hierbabuena enredado en el jazmín del pelo. Vértigo, temblor de pies y golpecitos en la tarima. Nidos de susurros envenenados que sacan al animal de su letargo. Luego la rutina del perdón y un lamento. El crujido de la madera al levantarse y cinco pasitos cortos.

El padre Miguel abandona el confesionario. Arrodillada sobre la almohadilla del reclinatorio, levanta la cabeza, la cruz respirando sobre el abismo del escote, y le ofrece su carita de ángel. Los cirios ardiendo y la cera derretida. Se tambalea, busca el equilibrio y apoya una mano en la pared. Desvía la mirada, se separa y camina a trompicones hasta la sacristía.

Los domingos, comunión. El padre Miguel sostiene la hostia entre sus dedos y ella le ofrece su lengua de sangre. Dientes grandes, el colmillo montado y una sonrisa manchada de burla en los ojos. La pulpa arrebatándole el círculo blanco y los dedos de él en retirada, recogiendo el jugo de la boca. Después la muralla de los labios, media vuelta y la nuca que se aleja. Calor y el animal desbocado. Alba, casulla y cíngulo quemando.

Viernes de Dolores y un papel enrollado. Lee la dirección, memoriza, lo rompe en trozos pequeños, se los mete en la boca y los mastica. Abandona el alzacuellos en un banco, luego avanza por el pasillo lateral de la iglesia. Pasa, engancha y arrastra con la hebilla del reloj el manto de noche y oro de la virgen que intenta, en vano, detener su carrera hacia el rectángulo de luz que le muestra la salida.

Espejos.






















    La suya era una soledad de vecindario. Una soledad sólo concurrida por la modesta multitud de desconocidos con los que compartía las burocracias de una vida sin anhelos.

     Con nadie intercambió nunca nada más allá de un buenos días, algún buenas noches o aquel socorrido cómo está usted, que no requería respuesta.

     Tampoco a nadie contó nunca su problema con los espejos… y exhausto, confuso, a veces se preguntaba:

-¿Seré una suerte de vampiro? ¿Quizás un fantasma desmemoriado?

     Hasta que un día, de pura casualidad, se le desveló el misterio.

     No era, por supuesto, ningún vampiro. Ni siquiera algún tipo de monstruosidad. Simplemente… no existía.
 

El viejo cuentacuentos


El cuentista contaba en la calle. Se sentaba apoyado en la pared de la casa, su larga barba blanca reposaba entre las piernas sobre su túnica. Los niños lo rodeaban, sentados en el suelo. El cuentista era ciego, no veía la calle ni a los niños, pero sus ojos contemplaban los maravillosos paisajes de las historias que salían de su boca. Los niños estaban muy quietos, sólo el cuentista se movía, gesticulando, poniendo voces graves o melifluas, serias o divertidas. Los niños sabían que si se movían o hablaban, las palabras del viejo se romperían. Y con aquellas palabras, sus ojos volaban igual que los del ciego hacia lejanos reinos de leyenda. Alrededor de aquel grupo, el bullicio de la vida seguía su curso: gente apresurada, coches, bocinazos, vacas sagradas, bicicletas viejas, vendedores ambulantes. El cuentista creaba una burbuja donde los problemas se aparcaban, donde el agujero en el estómago por el hambre se olvidaba, donde los niños podían sonreír sin que nadie les golpeara. Cuando el viejo llegaba al final del cuento, los niños daban las gracias al hombre sabio y le estrechaban la mano. Luego volvían a pedir una limosna con su taza de hojalata o a limpiar los zapatos de los encorbatados o a cantar una canción triste en la entrada del metro.

¿Microlunes?

Perdonad por la extensión. Esto no es un microrrelato. Pero es que es lunes...

* * * * *

¿Microlunes?

Ya sabéis el chiste, después de Plácido Domingo llega el Maldito Lunes...
El lunes es el día que me toca publicar en el microrrelatista.
No podía haberme tocado un día mejor, jaja.
Me levanto hecha polvo porque me acuesto tarde el domingo y tengo que madrugar.
Apenas puedo desayunar de un trago mi tazón de cola-cao.
Pillo el autobús por los pelos... Carrerita matutina, recupero la respiración en el asiento del autobús.
Los lunes no me pongo la radio, prefiero dormitar hasta la fábrica, tengo demasiado sueño.
Despego los ojos. Bajo del autobús. Entre las legañas vislumbro un rojizo amanecer tras la verja metálica.
Entramos en la cárcel. Quiero decir en la oficina. Gris, oscura y silenciosa. Aterrizo en mi silla de ruedas. Cualquiera diría que soy inválida. En realidad, una vez aquí me muevo tan poco como una inválida. Pero no, no voy a decir burradas, puedo hacer muchas cosas más que una inválida, que se lo digan a los pobres condenados a la silla de ruedas.
Qué asco, por esta ventana ni siquiera se ve amanecer, está orientada al oeste.
La luz se enciende automáticamente a las 7:42 y el repentino flash me deslumbra los ojos. Vuelvo a despertar. Es la tercera vez que me despierto hoy y no será la última.
Bostezo y me estiro. Buenos días por aquí y buenos días por allá. ¿Un café? No tomo café. Voy a por una botella de agua de la máquina. La máquina se traga la moneda y no escupe la botella. Le doy una patada, pero solo consigo un moratón en el pie.
Enciendo el ordenador y comienzo a llenar hojas de cálculo.
El lunes se convierte en un día cualquiera. Números rojos. Números negros. Transferencias bancarias. Previsiones de caja. Viendo pasar millones y millones de euros que jamás podré palpar. Millones invisibles. Dicen que son reales, pero a veces lo dudo. Hablamos de millones como si fueran churros: un par de millones con el café, media docena con el chocolate, una docena antes del almuerzo, un centenar...
Tengo hambre. La comida es menú de lunes: espagueti boloñesa y calamares elásticos como cámara de neumático. Por supuesto, los millones los he dejado en el piso de arriba, no se vayan a manchar de grasa.
Otro café de máquina para el que le gusta. Y de vuelta a la mesa de la oficina unas tres horas más. Sufro un horario que parece de broma de 7:45 a 16:12, exactamente las 16:12, no, no me lo invento, ni os estoy tomando el pelo, con 45 minutos de comida en el medio, pero sin siesta.
Hay un rato después de comer muy malo, los párpados pesan como yunques... Y yo sin tomar café. Un día voy a tirar la pantalla del ordenador de un cabezazo.
Los millones que teníamos previstos no llegan. No vamos a poder hacer todos los pagos de hoy. Para colmo, la web del banco se queda colgada. Habrá tenido un empacho de millones, digo yo. Ojalá me empachara yo también así. Mi compañero se cabrea, da un puñetazo en la mesa. Pues si no pagamos hoy, ya pagaremos mañana, le digo.
Los millones llegan a última hora. Hay que hacer las transferencias corriendo. Por los pelos, como siempre.
Damos el último enter a la última transferencia a las 4 y 12, hora de la libertad. Y de la siesta en el autobús.
Me siento con un conocido que me da palique y no me deja dormir…
Bajo del autobús y recojo a los chicos en el cole. Hoy tienen piano. Allá vamos, cabalgando a la academia de música.
Compro carne picada en la carnicería y una docena de huevos (de huevos, no de millones) mientras hago tiempo para volver a recoger a los chicos. Me quedan quince minutos para tomar un té en una cafetería.
Entonces me acuerdo del microrrelato, no he pensado en él en todo el día, pero no sé escribir en un café, no me concentro. Quizá es eso lo que me diferencia de J.K. Rowling, quizá por eso yo nunca escribiré un best seller como la Rowling. Apuro el té.
Recojo a los chicos y vuelvo a casa.
Al sacar la compra veo que un par de huevos se han roto por el camino. Dos huevos para tortilla. A mis hijos no les gusta la tortilla.
Los chicos hacen los deberes. Yo me pongo a hacer los míos. La cena, claro. Unas albóndigas con tomate. Y la tortilla. Frío las albóndigas, las echo en la sartén con la salsa de tomate. Se me cae la sartén al suelo y a mi pantalón de chándal. Toda la cocina perdida de aceite. Recojo el aceite, friego el suelo, limpio la puerta del armario que también se ha pringado. Me cambio de pantalón y le echo polvos de talco para que absorba las manchas de aceite.
Con el estropicio se ha hecho la hora de cenar. Ya no me da tiempo de sentarme al ordenador para escribir el microrrelato. Debería haberme puesto antes, ahora ya lo tendría hecho. Quizá empezando a cocinar más tarde no se me hubieran caído las albóndigas por la cocina. Dejo aparcado el microrrelato para después de la cena.
Sacudo los polvos de talco del pantalón de chándal. El polvillo me da tos y acabo tosiendo sin parar, un ataque de los que hacen época. Bebo agua.
Los chicos ya están en la cama y el microrrelato sin escribir. Estoy cansada, mejor me voy a la cama.
Los lunes son un día agotador. El día del microrrelato tenía que ser el maldito lunes. Los lunes son demasiado largos y farragosos para escribir un microrrelato... Hasta una novela podría escribir...

domingo, 19 de diciembre de 2010

Fallecimiento (nanorrelato)

La vida sigue.
Pero ya no es la misma.

Belén Lorenzo

NOMBRES PROPIOS DE CONOCIDOS.

Don Amable hacía honor a su nombre y por demasía era el mejor anfitrión, además de tener el talento para elaborar profundas consideraciones con los temas más sencillos.
Recuerdo como capturó la atención de la mesa entera cuando nos enumeró haber conocido a alguien de nombre Perfecto, más a ninguno llamado Imperfecto.
Entre sus amigas estaba Digna, y jamás conoció alguna Indigna.
Igual con el caso de Pura, nadie le llegó a presentar a alguna Impura.
En la misma reunión había varios de nombre Ángel, mas ninguno que respondiera por Demonio.
Igual estuvo ahí Benigno, más no fué  uno solo llamado Maligno.
Y todos hemos conocido algún Gabriel González, pero ni un solo Satanás Gonzalez.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Dorian duerme en la terraza, cariño, no lo espantes

Gustavo recoge sus últimas caricias del cuerpo de Patricia y las guarda en su gastada billetera como quien conserva las fotos de carné para recordar cómo fue en otro tiempo. Mientras desciende las escaleras a toda prisa, abrochándose aún los últimos botones de su viejo anorak, hilvana en sus labios los acontecimientos que lo han empujado a aquella huida, como si de ese modo soltara un lastre de palabras que le permitiera alejarse de un pozo de arenas movedizas.
Esa mañana ha despertado algo más temprano que de costumbre. Patricia dormía. Gustavo la contempla en silencio. La ama. Adora la tersura de su piel, la frescura de su gesto, la pureza de su aura. De repente, piensa que podría amar incluso sus cicatrices, las de cuando ella era una niña o la que ese mismo martes, dos días atrás, le había ocasionado una lata mal cerrada. Y entonces Gustavo se echa hacia delante con la intención de besarle la palma de la mano. Y descubre, atónito, que la cicatriz se ha desvanecido. A duras penas silencia un grito de espanto. Se echa hacia atrás. Su pulso se agita como las teclas de una máquina de escribir. Olvida respirar durante un breve instante, hasta que vuelve en sí. Y es entonces cuando nota el dolor en su mano, al apoyarse en la cama para tratar de incorporarse. Ante el espejo, descubre en el pómulo derecho de su rostro aún húmedo por el agua helada un llanto irrefrenable. Le duele de pronto la tristeza de las paredes blancas y se agarra como puede al lavabo para no caer al recordar la sangre de un anciano al que no había visto antes. Patricia le habló de él anoche. Había tenido que limpiar su cuerpo para que pudieran amortajarlo. Oye de pronto una risa proveniente de la cama. Aún duerme. Ríe. A medio vestir, se acerca a ella y descubre horrorizado en el rostro de ella su sonrisa, esa que él no encuentra desde hace algunos años.
Al abrir la puerta de la calle, tropieza con Dorian, una gata común de pelo gris que suele pasar las tardes en la terraza del piso que comparten Patricia y él. El animal protesta y Gustavo se agacha para acariciar su lomo. El zarpazo abre una herida en la palma de Gustavo. Sangra. En ese instante, se ve reflejado en el escaparate de una tienda de arte, enmarcado en caoba. A sus treinta y tantos, le sorprende su pelo blanquecino y su rostro arrugado y excesivamente demacrado. Suspira. Durante los últimos siete años, ha amado ciegamente a la mujer que aparece a medio vestir a su espalda, hermosa, deseable, sonriente. Cualquiera hubiera dicho que aquella mujer parecía cada vez más joven.

ÚLTIMO AMANECER

Mientras el sol se ocultaba, dejando sus dedos rojizos marcados en el titilante mar. El barco se alejaba de mi vista.
Desde su cubierta ella me saludaba, me decía adiós, con su enorme melena roja cayendo por sus costados, dejando al descubierto, cuando el tenue viento le levantaba los mechones, unos preciosos hombros blancos, como las velas del navío.
-¡Te estaré esperando hasta el último día en este muelle, hasta el momento de tu regreso-grité tan fuerte; a pesar de ello, creo que no me escuchó.
Cada vez era más lejano su rostro, y desde su distancia podía ver como gritaba, pero sus palabras se perdían ahogándose en el mar, que cada vez nos separaba más.
Fue la última vez que la vi. Y aunque han pasado años desde el naufragio aún me pregunto a que sabrían sus labios...

El rey del mundo

La Madre, mujer sabia donde las haya, a falta de cariño y de bienes materiales, me dejó como legado un consejo: "Con los brazos abiertos, en cruz, y con los dedos bien separados, así es como tienes que ir por la vida" Tremendo consejo Madre, pensé, si es que un niño de tres años puede pensar algo para dentro. Con el tiempo fui haciendo gestiones con este legado y me di cuenta de su gran valor. Empecé a extender mis brazos y mis manos, dejando que el viento corra entre mis dedos y cree corrientes nuevas. Que el agua empape mis manos y me haga cosquillas. Que se ensucien mis dedos con las paredes, tanto como las limpio al, apenas, rozarlas. Los brazos abiertos, que es como abrazan y sienten cariños. Para asir y sujetar y apoyarse a los seres queridos. Para sentir el calor que desprende la tierra en verano. Para dejar que se enreden en ti las sensaciones y los problemas terminen fluyendo.
Y para sentir, como ahora siento en la proa de este enorme barco, este viento tan gélido.



bicefalepena

viernes, 17 de diciembre de 2010

Santa Clos de Rancho

por Héctor Ugalde (UCH)
Todo comenzó con una idea mía. ¡Bueno! Yo sé que ahora todos en el pueblo dicen que fue idea suya, pero lo recuerdo perfectamente, y sí, fue idea mía. Aunque mi idea no fué exactamente esa. Es decir que mi idea no tenía nada que ver con lo que sucedió, pero si tuvo que ver... ¡Bueno! ¡Mejor les platico desde el principio!
Todo comenzó hace diez años. Mi esposo ya estaba harto de disfrazarse de Santa Clos cada Navidad y ningún otro vecino quería ya el encargo. Entonces se me ocurrió la idea:
- ¿Por qué no buscamos a alguien de fuera?
- ¿De fuera?
- ¡Sí! Si nadie del pueblo quiere disfrazarse de Santa Clos, ¿Por qué no le pedimos a alguien de las rancherías de los alrededores que se disfrace?
- ¿A quién por ejemplo?
- Bueno, creo que el compadre Chon no haría un mal Santa Clos.
Ya saben, el compadre Chon con esa panzota que tiene no quedaría del todo mal. ¡Yo ya me lo imaginaba disfrazado de un Santa Clos que ni mandado a hacer!
Así que me fuí al rancho de mi compadre a exponerle el asunto.
Me encontré al compadre Chon con la comadre Clotilde en su casa, y después de los saludos y preguntas por la salud y todo lo demás, y no queriendo ser maleducada (por lo de la panzota del compadre), y para no comprometerlo, les dije en forma vaga:
- Nos gustaría que alguien de aquí del rancho se disfrace de Santa Clos.
- ¿Santa Clos? ¿Quién es Santa Clos?
- ¡No me digan que no han oído hablar de Santa Clos!
- Pos no comadrita. ¡Qué no ve que no tenemos televisión!
Allí debí de haber sospechado algo, y debí de haber sido más clara, ¡pero no!, para mi suerte no lo fui. Podría decirles que fue a propósito, pero no, fue puritita suerte.
- Bueno, ¿Cómo les diré? Cada Navidad, para celebrar el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, Santa Clos les trae sus regalos a los niños que se portaron bien, y regaña a los niños que se portaron mal.
- ¡Ahhh! Si es por el nacimiento de Diosito, no se preocupe comadrita, que semos buenos cristianos y bautizados. Contestó la comadre.
- ¿Y cómo está eso del disfraz y de los regalos? Preguntó el compadre.
- El disfraz aquí lo traigo y se los dejo. Por los regalos no se preocupen. Santa Clos tiene que estar el 24 a las 5 de la tarde en la placita frente a la iglesia, allí donde se pone el mercado. Sabinita, la del Perpétuo Socorro lleva los regalos. Y Josefina la lista de los niños que se portaron bien y de los que se portaron mal. Yo le iré leyendo los nombres de los niños, y diciendo cómo se portaron. ¡Ya sé que usted no sabe leer! ¿Ya ve cómo pensé en todo?
¡Pues no! ¡No había pensado en todo! No sé que pasó, porque ni siquiera mi intuición femenina, ¡que me ha sacado de muchas que para qué les cuento!, me dijo que sucediera nada malo. ¡Sería la emoción de tener un nuevo Santa Clos!
¡Claro que no sabía que tan "nuevo"!
Y llegó el día, ese 24 tenía muchas cosas que hacer: mi vestido, la cena, el maquillaje, y ya saben: ¡para variar se me hizo tarde!
Estaba yo pintándome las uñas, cuando llegó Lupita Ordoñez toda apurada.
- ¡Hortencia! ¡Hortencia! Me dijo.
- ¿Pero qué pasa mujer?
- ¡Corre! ¡Ven!
- ¡Pero todavía no termino de arreglarme!
- ¡No importa! ¡Tienes que venir!
Ante tanta insistencia no tuve más remedio que salir corriendo tras ella rumbo a la plaza frente a la iglesia.
Cuando llegamos, me quedé sin aliento. ¡y no por la carrera que nos echamos!
- ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira a tu Santa Clos!
Sí. ¡Lo estaba mirando!
Frente a mi estaba un Santa Clos diferente: un Santa Clos lampiño sin barba, ni bigote. ¡Un Santa Clos sonriente con la cara de Clotilde!
- ¡Pero comadre! ¿Por qué se disfrazó usted?
- ¡Es que yo quería ser la Santa Clos esa y entregar hartos regalos!
- ¿Y el compadre Chon?
- ¡Se quedó a cuidar a los escuincles!
- ¿Y la barba y el bigote?
- ¡Ahhh! ¿Eran barbas y bigotes?
¡Ya no había tiempo de cambiarla! Los niños ya estaban formados pidiendo sus regalos. ¡Y ya saben cómo son los niños cuando quieren algo! Así que entregamos los regalos de Navidad tal como estaba "casi" planeado. Y no resultó tan mal después de todo.
Y así es como en nuestro pueblo, en Navidad llega una Santa: Santa Clotilde, o sea: ¡Santa Clos!
FIN

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Astronomía íntima

Miguel le prometió que era el hombre que buscaba y que juntos conseguirían todo lo imaginable. Sara aún recuerda aquella frase lapidaria que acabó por convencerla: “juntos seríamos capaces de llegar a la Luna” Hoy, meses después, lo de ser los nuevos Armstrong y Aldrin es una quimera y sus ansias por conseguir lo inalcanzable son un imposible. Todo lo que se proponen les queda demasiado lejos y no llegan ni a fin de mes. Su vida es un quiero y no puedo pero continúan juntos. Nunca llegarán a la Luna pero ella al acostarse sigue viendo las estrellas.

Piensa bien lo que deseas

Casi siempre que veía a su mujer cuidar al recién nacido se le oía decir: "¡Qué envidia! ¡Quién pudiera vivir como él!: sin responsabilidades, duerme todo el tiempo que le apetece y cuando quiere, puede hacerse sus necesidades encima que enseguida le limpian, le dan de comer, le miman, le besan,…" Tantas veces lo repitió que por alguna incomprensible razón un día consiguió su deseo. Aquella mañana cuando vio que ahora él era el que podía hacer todas esas cosas lamentó haberlo anhelado con tanto ahínco. El genio que le concedió el capricho se equivocó en casi noventa años.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La Mascota

¡Insistieron tanto que les di el permiso que querían para comprar una mascota!
Y allí fueron, padre e hijo de la mano, felices e ilusionados.
Pensé que traerían un perro o un gato, hasta un perico esperaba... ¡pero no esto!
Cada vez que mi hijo se acerca con la caja vidriada para mostrarme como duerme, come o se mueve; una sístole se detiene, la diástole me suena aflautada y el corazón me queda chueco.
Desde ese día tengo sueños recurrentes: me despierto con la mascota en la cara y la mano me queda chica para aplastarla, quedando luego, sólo un manojo de patas.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Cabriolas

“Recuerda a papá que baje la tapa”. Repetía mi madre como un mantra. Desde la puerta de la calle, antes de ir a comprar. “Recuerda a papá” soltaba. Ella murió después de tanto tiempo juntos que hasta se pegaron el Alzheimer.
Los dos quietos como estatuas. Siempre dispuestos para las cabriolas de sus nietos. Mirándoles todo el rato, vacíos y ensimismados.
Ella murió y dejó a mi padre pegado al sillón. Capaz sólo de ir al baño y mear haciendo círculos con la tapa siempre subida.
Hoy cuando he oído el golpe no me ha sorprendido lo que he visto.
Algún día, tenía que hacerla caso.

Prisionera



Siempre la misma música, siempre el mismo escenario, los mismos pasos, la misma actuación, que por cierto cada día que pasa es más corta... sin aplausos...hoy tengo la firme convicción de que jamás podré salir de entre estas paredes que me mantienen prisionera la mayor parte del día, estoy cansada del espejo, de mi reflejo...oigo un ruido, alguien viene...este maldito muelle me avisa que pronto saldré a escena...un, dos, tres y arriba.

su

SOLAZ

Rodeo el chaflán y aminoro el paso. Me deshago del palo de béisbol. Por fin he dado esquinazo al coche patrulla. No sé de dónde narices surgió tras propinarle la tunda al jodido negro. Elevo las solapas de la trinchera y cobijo mis manos en los bolsillos. Deambulo sin rumbo aparente. La noche es hermética, confusa, tensa. Una puta se aproxima. «¿Pistola o navaja?», me cuestiono con ironía. Acaricio la tersura del arma blanca mientras una ingrávida sacudida agita mi espinazo. Sudo profusamente. «Treinta euros por una mamada», dice, oteando inquieta en rededor. Insinúo con una mueca la hondura del callejón. Titubea recelosa y asiente. Nos disipamos traspasando una bruma imprecisa y se postra ante mí. Hurga en mi bragueta con sus dedos nervudos, toscos. Luego aplica la lengua traviesa, los labios pulposos... Cuando vacía el énfasis de mis latidos, alza su mirada encogida esperando inútilmente un mohín de aquiescencia. Aprieto entonces los dientes y hundo la navaja en su garganta. Una..., dos..., tres veces. Se orina. Sus lamentos desconsolados me obligan a cegarle la boca hasta que se desmorona sobre un lodazal de sangre. Convulsiona. Le arrebato el gabán y ella exhibe su patética desnudez. Nauseabundo; luce un trasero carnoso, sucio y rosado como el culo de un cerdo. Vuelvo a escuchar la sirena. ¡Mierda!, nunca adivino por qué flanco aparecerán. Es inútil tratar de escapar; el pasaje carece de salida. Los faros se detienen, me alumbran. Permanezco inerte. Se apea un madero y camina pausadamente hacia mí, sorteando el puto cadáver. Porta un arma en su mano derecha. Ríe con semblante cruel, mostrando una boca mellada que acentúa la inclemencia en sus ojos de ofidio. Me aferra los huevos. «¡Escoria!», vocifera. Con el cañón relame mi rostro. No puedo darle ninguna ventaja: le disparo en el vientre a bocajarro. Su cuerpo se derrumba sobre los muslos de la ramera. Lo remato con un tiro entre las cejas. Ahora soy yo quien sonríe, aunque no puedo bajar la guardia. Las luces del vehículo resplandecen, me ciegan. Una turba de ratas de cloaca bulle en tropel a mis pies. Supuestamente no tenemos compañía, sólo una luna turbia, dos fiambres y yo. Y el silencio de los muertos. Mas la vida juega malas pasadas, así que me arrimo al coche prevenido, aguardando una pronta detonación que me horade las entrañas. Está vacío. Monto y arranco. Las cabriolas del auto resultan fascinantes. Maniobro embistiendo muros, soslayando en vano contenedores que desparraman sus inmundicias. Rebaso la travesía a toda prisa. Los chaperos del parque me contemplan insolentes. «¡Hatajo de maricones!», farfullo encorajinado. Doblo el volante y arremeto contra ellos. Corren despavoridos hasta resguardarse entre las impenetrables sombras de la arboleda. El más canijo se rezaga; evidencia una ridícula deformidad. Pierde su muleta y cae. Se pliega como un gusano sobre el asfalto. Gimotea atemorizado implorando compasión. Excitado, acelero y advierto el rechinar de la osamenta bajo los neumáticos que prensan su cabeza.

—¿Nos vamos ya o qué? —La voz de mamá, siempre inoportuna, me sobresalta—. Van a cerrar enseguida el centro comercial.
—¡Jo, mami! Un ratito más, por favor. Me encanta este videojuego.
—Vale..., me acerco a la peluquería para coger hora y regreso ahora mismo. Sigue portándote así de bien, cariño —susurra suavemente junto a mi mejilla—. Y no hables con desconocidos.

Aparto la cara rehuyendo el aire de ternura que le corrompe el aliento. Es estúpida y no se siente aludida; me besa. Se da media vuelta empujando un carrito atiborrado hasta los topes. Me abstraigo en las curvas grotescas de su ingente trasero. Lo imagino carnoso, sucio y rosado, como el culo de un cerdo. Pulso new game.

(Del libro Relatos turbios).

Manuel Merenciano

Decálogo para escribir microcuentos (Robado de la Escuela de escritores)


1. Un microcuento es una historia mínima que no necesita más que unas pocas líneas para ser contada, y no el resumen de un cuento más largo.

2. Un microcuento no es una anécdota, ni una greguería, ni una ocurrencia. Como todos los relatos, el microcuento tiene planteamiento, nudo y desenlace y su objetivo es contar un cambio, cómo se resuelve el conflicto que se plantea en las primeras líneas.

3. Habitualmente el periodo de tiempo que se cuente será pequeño. Es decir, no transcurrirá mucho tiempo entre el principio y el final de la historia.

4. Conviene evitar la proliferación de personajes. Por lo general, para un microcuento tres personajes ya son multitud.

5. El microcuento suele suceder en un solo escenario, dos a lo sumo. Son raros los microcuentos con escenarios múltiples.

6. Para evitar alargarnos en la presentación y descripción de espacios y personajes, es aconsejable seleccionar bien los detalles con los que serán descritos. Un detalle bien elegido puede decirlo todo.

7. Un microcuento es, sobre todo, un ejercicio de precisión en el contar y en el uso del lenguaje. Es muy importante seleccionar drásticamente lo que se cuenta (y también lo que no se cuenta), y encontrar las palabras justas que lo cuenten mejor. Por esta razón, en un microcuento el título es esencial: no ha de ser superfluo, es bueno que entre a formar parte de la historia y, con una extensión mínima, ha de desvelar algo importante.

8. Pese a su reducida extensión y a lo mínimo del suceso que narran, los microcuentos suelen tener un significado de orden superior. Es decir cuentan algo muy pequeño, pero que tiene un significado muy grande.

9. Es muy conveniente evitar las descripciones abstractas, las explicaciones, los juicios de valor y nunca hay que tratar de convencer al lector de lo que tiene que sentir. Contar cuentos es pintar con palabras, dibujar las escenas ante los ojos del lector para que este pueda conmoverse (o no) con ellas.

10. Piensa distinto, no te conformes, huye de los tópicos. Uno no escribe (ni microcuentos ni nada) para contar lo que ya se ha dicho mil veces.


Envía tus microrrelatos de no más de 200 palabras a elmicrorrelatista@gmail.com. Se irán publicando los mejores.