Los jueves, de cinco a siete, confesión. El codo sobre la rodilla, la palma de la mano izquierda aguantando la cabeza, el aguijón de ansiedad clavado en el pecho y la saliva abrasando. La espera. Escucha los pasitos cortos, el taconeo desigual sobre las baldosas. Descorre la cortina de terciopelo y recibe el aliento a hierbabuena enredado en el jazmín del pelo. Vértigo, temblor de pies y golpecitos en la tarima. Nidos de susurros envenenados que sacan al animal de su letargo. Luego la rutina del perdón y un lamento. El crujido de la madera al levantarse y cinco pasitos cortos.
El padre Miguel abandona el confesionario. Arrodillada sobre la almohadilla del reclinatorio, levanta la cabeza, la cruz respirando sobre el abismo del escote, y le ofrece su carita de ángel. Los cirios ardiendo y la cera derretida. Se tambalea, busca el equilibrio y apoya una mano en la pared. Desvía la mirada, se separa y camina a trompicones hasta la sacristía.
Los domingos, comunión. El padre Miguel sostiene la hostia entre sus dedos y ella le ofrece su lengua de sangre. Dientes grandes, el colmillo montado y una sonrisa manchada de burla en los ojos. La pulpa arrebatándole el círculo blanco y los dedos de él en retirada, recogiendo el jugo de la boca. Después la muralla de los labios, media vuelta y la nuca que se aleja. Calor y el animal desbocado. Alba, casulla y cíngulo quemando.
Viernes de Dolores y un papel enrollado. Lee la dirección, memoriza, lo rompe en trozos pequeños, se los mete en la boca y los mastica. Abandona el alzacuellos en un banco, luego avanza por el pasillo lateral de la iglesia. Pasa, engancha y arrastra con la hebilla del reloj el manto de noche y oro de la virgen que intenta, en vano, detener su carrera hacia el rectángulo de luz que le muestra la salida.
El padre Miguel abandona el confesionario. Arrodillada sobre la almohadilla del reclinatorio, levanta la cabeza, la cruz respirando sobre el abismo del escote, y le ofrece su carita de ángel. Los cirios ardiendo y la cera derretida. Se tambalea, busca el equilibrio y apoya una mano en la pared. Desvía la mirada, se separa y camina a trompicones hasta la sacristía.
Los domingos, comunión. El padre Miguel sostiene la hostia entre sus dedos y ella le ofrece su lengua de sangre. Dientes grandes, el colmillo montado y una sonrisa manchada de burla en los ojos. La pulpa arrebatándole el círculo blanco y los dedos de él en retirada, recogiendo el jugo de la boca. Después la muralla de los labios, media vuelta y la nuca que se aleja. Calor y el animal desbocado. Alba, casulla y cíngulo quemando.
Viernes de Dolores y un papel enrollado. Lee la dirección, memoriza, lo rompe en trozos pequeños, se los mete en la boca y los mastica. Abandona el alzacuellos en un banco, luego avanza por el pasillo lateral de la iglesia. Pasa, engancha y arrastra con la hebilla del reloj el manto de noche y oro de la virgen que intenta, en vano, detener su carrera hacia el rectángulo de luz que le muestra la salida.
9 comentarios:
Arrodillada a tus pies me tienes Lola, sí, para confesarme también, para confesar esta admiración por tu calidad narrativa y descriptiva, sí ya sé que lo he dicho un millón de veces, pero no puedo remediar venir a decirlo un millón más, espero tu absolución, querida Lola, por tenerte tanta devoción. Es un relato fantástico, qué bien captas cada latido chica, una novela tuya tiene que ser la repera. Me dejas embriagada. Mil aplausos.
Te va muy bien cuando escribes a lampárazos, imagenes fugaces.
Magnífico despliegue de fino estilo.
Para leer, disfrutar, aprender y aprehender. Riqueza de vocabulario e imágenes. Prosa cuya respiración atrapa de una vez y para siempre.
Un abrazo admirado.
Tengo la cara coloradita, Maite. Gracias, gracias, gracias. Eres muy generosa.
Gracias, Juan.
Gracias, Carlos.
Gracias, Patricia.
Abrazos a repartir.
Un relato con maestría. Magnífico. Y a ver cuando les dejan casarse a los curas, para que no sufran tanto. Aunque así no habría cuento, claro...
Soberbio. Felicidades y un abrazo.
Tendríamos que dar con un blog de un cura, que dejara salir todo lo que en realidad sienten sin meter a la religión en medio.
Creo que llevaríamos todos una sorpresa... o no?
Bicos Lola, genial.
Puri, Towanda, Carmela, muchísimas gracias por los comentarios.
Besos a repartir.
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