Muy delgadita, parece púbera, y sin embargo, es mayor de edad. La madre la visita los miércoles, le lleva galletas de sémola y desodorante, ropa y la TV Guía, y cincuenta centavos de austral para que se compre una gaseosa en el bar de la clínica. Deambula por los corredores, va al parque, juega en la única hamaca y en verano, cuando hay agua limpia en la pileta y sol, se pone la malla y se sumerge. Esta es su octava internación. Conversadora, en un estilo a borbotones; simpática y con una voz que si gritara, fácilmente llegaría al chillido. Si se la mira con persistencia, simula vergüenza: agacha y gira la cabeza, revolea los ojos, masculla y cuando uno sigue de largo, se recobra, contesta, inquiere sobre algún profesional que la haya atendido en otra época (“¿Hace mucho que no la ve a la licenciada María Eugenia?”) o sobre el signo astrológico de una mucama de la tarde, o induce a evocar cómo era la institución antes de las recientes modificaciones edilicias. A veces, correteando se aproxima y descerraja: “¿Me da plata?” Se esfuma su ingenio cuando ceden las aristas deliroides y el cliché; se agazapa y desconoce pretéritas familiaridades.
Todavía no está por irse de alta. En la última salida hirió a su hermanito. Con un sacacorchos lo atacó delante del padre, quien a su vez la golpeó con los puños. Ella no menciona el episodio, desestima los moretones e insiste en interrogarme sobre asuntos fuera de lugar.
Rolando Revagliatti
http://rolandorevagliatti.blogspot.com
2 comentarios:
Rolando.
En las etiquetas pon sólo la de tu nombre. Marcando la "r", aparece. La selecciones y ya está.
También, procura espaciar un poco las publicaciones.
Gracias.
Un abrazo.
Excelente, muy buén relato.
Publicar un comentario