Y arrodillado, pedía perdón por todos sus pecados, perdón por todos aquellos pecados que volvía a repetir una y otra vez, incapaz de enfrentarse a sus demonios, cobarde ante ellos, bajo ante su alma...y pedía perdón sabiendo que en el fondo no deseaba ser perdonado.
La sintió acercarse a él por la espalda; conocía sus pasos como si siempre fuesen a su lado, y se sintió temblar, y sabía el porqué. Ahí estaba su pecado y en vez de huir acepto confesarla como ella le pidió al oído.
Se metió dentro del confesionario y se sintió desfallecer en el asiento, y cerrando la puerta de éste, miró para la rejilla que lo separaba de ella.
Su rostro apenas se distinguía, pero su voz, sólo su voz le mareaba, lograba que todos los sentidos le diesen mil vueltas y todos sus demonios volviesen a renacer con rabia loca.
La iglesia se fue llenando de gente que acudía a misa, y los bancos fueron ocupados en su totalidad.
El confesionario quedaba en un rincón oscuro de espaldas a la gente, en un rincón protegido de toda mirada.
Y ella comenzó a hablar, al mismo tiempo que otro sacerdote comenzaba la misa.
-Ave María Purísima.
Y él cerró los ojos mientras sólo estas palabras hicieron que su mente volase mientras sus manos temblaban en sus rodillas.
-Por qué vuelves, por qué, dime por qué... Dijo con voz entrecortada.
-Porque he pecado padre. He pecado. Esta noche he tenido pensamientos obscenos. Esta noche me he tocado pensando en alguien a quien amo, esta noche padre, he deseado el pecado...
Y según ella iba hablando ,pegada a la rejilla que les separaba, él se fue acercando, como si de un imán se tratase y dibujó el contorno de su cara con el dedo, el contorno de su pelo, el contorno de sus labios.
Y se acercó más, hasta que sus labios tocaron la rejilla donde ella le esperaba con los suyos...y sintieron su respiración caliente quemándole, mientras ella repetía una y otra vez que deseaba el pecado, lo deseaba...
Y llegó el silencio y sólo sus respiraciones agitadas humedecían la rejilla, aquella maldita rejilla que les separaba, y sus lenguas se buscaban, pero no se podía encontrar. Y sus respiraciones aún se agitaban más.
Mientras el otro cura predicaba contra el demonio y los pecados en el púlpito, nadie se fijó como ella entraba en el confesionario y cerraba la puerta.
Nadie escucho, en medio de sus rezos, los jadeos que éste encerraba entre maderas de cien años.
Y sólo sacaron la ropa mas indispensable, porque lo que más deseaban era conectarse, sentirse dentro el uno del otro, encima el uno del otro y sólo necesitaron pequeños roces, para que cantaran al amor, igual que el coro lo hizo con ellos, confundiendo sus voces.
Carmela
10 comentarios:
¡CARMELA!Eres mi heroína, que relatazo, fué como ver una película.
Carmela, ahí le has dado!!!
Increíble, me encanta, super sensual
Joé, Carmela, menudo calentón. Está lleno de imágenes sensuales. buenísimo.
Un beso sin confesionario.
Bien, bien. He estado clavadita en mi silla leyendo como una loca hasta el final y eso que se veía venir.
Me gusta que empiece a confesarse cuando empieza la misa, y la rejilla que les separa y el dedo que la recorre, muy sugerente.
Es que se puede amar a Dios, pero no se puede evitar ser hombre, lo triste es que se considere un pecado. Gran relato, muy expresivo :)
Carlos no me sulibellesssssssssssss que me ruborizo mestre.
Un bico
Anita Gracias.
Me gusta la sensualidad, lo malo es saberla expresar y aún me falta mucho.
Biquiños.
Kun, una ducha fría? jajaja
Bicos.
Luisa, una que intenta, nada mas.
Biquiños grandotes.
Artistalingt, algún día caerán de la burra, digo yo, cuando se queden sin un solo sacerdote o unos pocos.
Recapacitarán.
Bicos.
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