Se asomó a la cafetera como quien busca un último aliento. En el fondo, una gota bailaba pegándose a los últimos posos. Fue al salón. Se derrumbó en el sofá, y mientras caía en él, mando en mano, pasó por no menos de tres canales: dos de tele-venta y otro, no sé, ¿de cocina? Apagó, tachó, fulminó la televisión. Miró hacia el tic-tac del reloj. Suspiró. Volvió a suspirar. Y, en un alarde de actividad frenética, empezó a doblar la ropa que estaba en el balde. Los pantalones primero, bien estirados y haciendo coincidir las costuras. Las camisetas, formando perfectos cuadrados y apilándolas por cubos. Los calzoncillos de Nicolás y la servilleta a cuadros verdes del colegio. La colocó en los armarios. Y de vuelta a la cocina se vio en el espejo del pasillo. Se paró. Volvió a mirarse. Fue al estudio y cogió un sobre. Copió con su mejor caligrafía su última dirección: la de las noches largas y los días claros. Se dobló con sumo cuidado y se metió dentro con el sigilo de un contorsionista.
Y se marchó en el correo de las siete.
bicefalepena
4 comentarios:
¡Excelente narrativa hasta el final! Leído de forma expectante. Muy bueno, inesperado. Un abrazo
Precioso. Que hermoso será el día en que podamos enviarnos por correo. De preferencia algunos sitios con vista al mar y algunas montañas.
Ya te lo comenté en el blog. Me pareció muy bueno, muy logrado. Un abrazo.
Ya te lo dije en tu blog.
Precioso micro.
Un abrazo.
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