Estudiaba aquella mosca como si de un máster en biología se tratara. La oía chocar una y otra vez contra el cristal en infructuosos intentos de acceder al exterior. Ella solía camuflarse entre el polvo de los libros apilados en el estante, mientras yo aprovechaba para examinarla minuciosamente con la lupa de mi colección de numismática. Frotaba sus patitas, suplicando compasión. Cuando recobraba el resuello, el animal embestía nuevamente la superficie vidriosa, topándose con la frustrante imposibilidad de alcanzar la calle.
Tras días de exhaustiva observación, algo en mi fuero interno se apiadó del pobre bicho que continuaba buscando una oportunidad. Abrí la ventana unos centímetros, procurando con ello no pulsar el botón detonador de mi maldita agorafobia. Con la mano le indiqué el camino, pero el insecto ni se movió. Ahora que había aprendido la lección, no dejaría que un repugnante ser humano le engañara de nuevo.
6 comentarios:
Buenoo,pero si veías que eras tan afortunada de que la mosca embestía bien hacia el vidrio,le hubieses abierto a la primera,por no hacerlo así te surgió la moraleja.
Así es Carlos, a veces nos sentimos atados, o nos acostumbramos a cosas, y cuando nos dejan el camino libre, ya ni nos damos cuenta, o tal vez sea que nos da miedo intentarlo de nuevo.
La moraleja es que nunca dejes de intentarlo, sea lo que sea.
Un abrazo
Así se crean los paradigmas.
Un beso.
muy buen texto, maite. felicidades
Torcuato: Así se crean los paradigmas...y los miedos!!
Un beso
Isabel: Muchas gracias por tus palabras. Me alegra mucho que hayas disfrutado de la lectura.
Un abrazo
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