Desde
el gran ventanal, la mujer de manos crispadas, miraba el sol morir en el límite
rojo del horizonte estepario. No le quedaban fuerzas para sostenerse en la
espera. Algunas luces próximas a la costa, la distraían. Recordaba a Manuel
Palomino, ese hombre maduro, tan gentil, tan educado, tan ensimismado con su
profesión de práctico en el mar. Ningún buque de carga, menos un crucero
turístico, podría amarrar si Manuel no daba las indicaciones necesarias para
entrar al puerto, en esa inmensa bahía turquesa que deslumbraba con las
ballenas en octubre. Hacía muchos meses que él había partido dejando una
promesa en oídos de ella. En ese momento, la noche avanzaba oscura cuando de
pronto, una luz potente iluminó el cielo. Semejando borbotones rojos, azules,
dorados, surgidos de la negrura, tres luces hechas una, cruzaron el éter
ahogándose en un mar dormido. “Buen
anuncio, Magdalena” dijo su
madre y le dio la bendición de las buenas noches.
Los
diarios de la mañana siguiente distribuirían la noticia de un hecho nunca
visto: Tres estrellas fugaces habían caído en medio de la
bahía. También, darían la bienvenida al práctico del puerto, quien recuperado
de una larga enfermedad, regresaba del exterior.
5 comentarios:
Zunilda:
Muy buena historia. Me agradó.
Un gran abrazo.
Me gusta, muy lírica.
Los elementos te transportan al lugar.
Demuestra la magia de las palabras.
Un abrazo.
Qué romántico!! ese juego de luces es una descripción preciosa.
Me ha gustao.
Saludos.
Gracias,Arturo, Miguel Ángel, Carlos y Maite. En el fondo todos somos románticos. . .
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