Puerto Libertad, Misiones, Argentina |
Ella tenía los ojos muy claros y,
su blonda cabellera larga hasta la cintura, la llevaba recogida en la nuca con
un moño rojo impecable. Era la hora del domingo, la que llamaba al paseo por la
plaza del pueblo, sombreada por altos y esbeltos, pinos, cedros, gravileas,
coquitos y
otras especies. Los padres la habían llevado a pasear con su único hermano. A
sus nueve años era toda una señorita. El aire que venía del puerto, sobre
el ancho río de aguas marrones, enviaba un fresco agradable y necesario. No era
verano pero la única heladería del lugar, no daba a basto con los pedidos.
La tierra roja que circundaba
la populosa manzana dejaba su huella en los autos
modernos, alquilados por turistas en una AVIS o
propios, que circulaban hacia la mina de piedras semi-preciosas. Los muchachones de
más de dieciocho años bebían cerveza bien helada y hacían "rancho aparte", lejos de las jovencitas quinceañeras a
quienes, más tarde acosarían. Un ruido
de aceleradas, frenadas y gritos turbó la tarde dominguera.
Era una camioneta NISSAN, blanca,
que rauda se llevó la tierra colorada pegada en sus ruedas, junto con aquella
niña, a la que todavía sus padres continúan esperando. Sólo pueden contentarse
con la fotocopia de su fotografía, pegada en los vidrios de la Delegación
de Prefectura Naval o en los de Gendarmería Nacional.
3 comentarios:
Que triste realidad que no tiene fin....! ya me habia quedado por aca Saludos!.
Duro relato, ese final te abofetea sin previo aviso tras una plácida revisión del ambiente dominguero... Impresiona y duele. Esas cosas, aún pasan y el drama existe.
Un abrazo
Gracias por sus comentarios, amigos. En esta parte del mundo ocurre y mucho. . .
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