"Desear la inmortalidad es desear la perpetuación de un gran error."
Arthur Schopenhauer
Regresa otra vez la muerte disfrazada de ángel
y los habitantes de Howland la aguardan, sentados en la quebrada, con sus
túnicas blancas y sus collares de nautilo. Los seres que moran esas tierras son
enjutos, como maderas carcomidas por la existencia, barbados de tundra,
los ojos glaucos y sus cuerpos erosionados por la lluvia y el
viento. Esos hombres son sólo memoria, un ovillo deshilachado de recuerdos: sin
poder sucumbir y sin poder engendrar, eternos pero solos. Y en el día de
San Matías, porque así está escrito, el ángel negro retorna, señala con su dedo
y, tensando su arco, dispara una flecha. Y ese haz de luz marca un único
elegido que fallece y vuelve a germinar muerto, pero humano, en la luz que lo
fosiliza. En ese relámpago, cuando la vida y la muerte interseccionan en una
espera minúscula, los seres de Howland gritan en silencio, con los ojos, con el
cuerpo, y lloran odio, sollozan sangre. Para ellos el tiempo anida vacío
como un erial pedregoso y solo queda volver a esperar sedientos, en el desierto
de la perennidad, que retorne el querubín de la expiración y los enhebre con su
estilete.
2 comentarios:
Creo que lo mejor que puedo decir es Épico.
Creo que en Howland les falta entender más el humorismo de la muerte.
Publicar un comentario