Era un luminoso día de verano. Había ido a pasar la mañana junto al río, cerca de donde los niños y niñas del pueblo aprendían a nadar.
Las risas, los gritos y los chapoteos llenaban el aire. Levantó la vista para disfrutar de ellos y, por un momento, creyó ver como una de aquellas criaturas dibujaba sólo para él un lascivo gesto de adulto. Fue un instante lleno de perplejidad, solamente eso, que enseguida borró de su memoria con un pestañeo por imposible.
Las mañanas se sucedieron unas a otras, también las extrañas miradas y, con ellas, una hipnotizante fascinación por comprender a qué jugaba la pequeña.
Antes de que el verano tocase a su fin, la respuesta a todas sus preguntas llamaba a su puerta en forma de denuncia. La niña había contado a sus padres cómo aquel hombre la espiaba y ahora, tantos días después, él se veía obligado a admitir que aquellos ojos enfermos eran efectivamente los suyos.
5 comentarios:
tu relato es tremendo.
la mirada de un pederasta, que ve señas lascivas en niños.
Tremendo, crudo, excelente! muy real!!!
SALUDOS
Muy buen relato. Duro y escalofriantemente cierto.
Bufff, se me ha clavado en el alma este texto, como si me hubieran apuñalado unos ojos enfermos. Un beso Luisa.
Muchas gracias, era un poco difícil contar algo así con cuidado y que al tiempo no perdiese fuerza.
Muy bueno.
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