La hormiga se tiró del árbol. Tomó distancia. Alzó las patas. Midió con su lapicero y empezó a pintar el cuadro de su vida. Garabateó el tronco que conoció como apenas un tallito. A ramas que no existían, se habían ido uniendo las hojas. Los frutos más dulces, lucían hoy llenos de cicatrices, mordisqueados por otros insectos. Imponía ver todas las relaciones en conjunto. Cerró los ojos y se vio correteando de nuevo por las ramas cambiadas por el tiempo. Pasaron sueños y en su ausencia, nuevas ramas se habían sumado al tronco, se multiplicaron, se enredaron. Tomó notas en su bloc de dibujo. Lo guardó en sus alforjas y se alejó para tomar perspectiva del bosque que suponía.
Lejos, más lejos, su bosque era un árbol. Uno de esos que el viento sopla, el sol brilla y la lluvia moja.
Lejos, más lejos, su bosque era un árbol. Uno de esos que el viento sopla, el sol brilla y la lluvia moja.
- Alegría, cuando yo muera se terminará el mundo, al menos mi mundo, lo que yo percibo.
- Pena, no creo que seas capaz de apagar el sol cerrando los ojos.
2 comentarios:
Pregúntale a un daltónico de que color es el cesped, a un prehistorico, para que sirve un ordenador. Todo perspectivas.
Un abrazo, Bicefalepena.
A veces los árboles no dejan ver el bosque... y a veces los bosques no dejan ver los árboles.
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