Verbíboro por Irene Girona |
Yo sólo era un devorador de letras.
A veces me quedaba atónito como una "J", mal dibujada en la parada del autobús por un niño con un spray; me atraía tanto como aquellos orondos personajes de los dibujos; que volaban al son de líneas de olor de un enorme pastel o un asado recién salido del horno. No era hasta que la gente me miraba o a veces me imperaban ¿qué estás haciendo?... cuando salía de mi ensoñación y dejaba de intentar comerme aquellas letras.
He tenido el don de ver las notas de un piano levemente vagar por el aire y degustar esos aterciopelados tonos. O sonreír con extrema gula al llegar a una vieja biblioteca, y oler los libros como si de un groumet tratara a sus piezas de queso.
A veces me quedaba atónito como una "J", mal dibujada en la parada del autobús por un niño con un spray; me atraía tanto como aquellos orondos personajes de los dibujos; que volaban al son de líneas de olor de un enorme pastel o un asado recién salido del horno. No era hasta que la gente me miraba o a veces me imperaban ¿qué estás haciendo?... cuando salía de mi ensoñación y dejaba de intentar comerme aquellas letras.
He tenido el don de ver las notas de un piano levemente vagar por el aire y degustar esos aterciopelados tonos. O sonreír con extrema gula al llegar a una vieja biblioteca, y oler los libros como si de un groumet tratara a sus piezas de queso.
Pero se acabó, un día mientras
mi olfato me llevaba directo a un bello pangrama... el autobús se cruzó en mi
camino, de tal pésima fortuna, que saboreé apenas los apuntes mal
redactados de aquel chico. El joven me sonrió desde la distancia mientras
guardaba en su mochila aquel viejo spray de letras perdidas.
Ya no veo notas vagar ante mis ojos, apenas saboreo las "H" entre letras que no recuerdo su sabor. Lloro al sentir en mi paladar el fantasma del palíndromo que me regalaba mi vecina. O aquellos pasteles de sintaxis enrevesada...
Ya no veo notas vagar ante mis ojos, apenas saboreo las "H" entre letras que no recuerdo su sabor. Lloro al sentir en mi paladar el fantasma del palíndromo que me regalaba mi vecina. O aquellos pasteles de sintaxis enrevesada...
Ahora soy otra persona normal
que abre un libro y acaricia las letras recordando que una vez, podía comerlas.
6 comentarios:
hola querido amigo ya estoy por aquí otra vez a dar guerra un abrazo
De verbívora a verbívoro: ¡No sabes cómo te entiendo! Mi alimento básico también es la palabra :-)
Me ha encantado tu relato.
Un saludo.
Muy comprendida ésta obsesión, las letras nos llevan a la luz a través de ejercitarlas.
Feliz 2012.
me gusta este neologismo! adoptado
El final es tan melancólico, que casi olvido el apetito que me despertó antes, ¡voy al refri jajaja!
Nosotros, los verbiboros, no podemos solo vivir de la comida que damos al cuerpo por la boca, sino tambien necesitamos, quizás más aquella que por nuestros ojos y hasta el cerebro disfrutamos y casi patologícamente, repito, necesitamos.
Gracias.
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