El intenso calor la acosaba. Las llamas empezaban a
lamer su cuerpo. Y más allá, entre el humo, aún podía ver las miradas llenas de
miedo de aquellos que la habían declarado culpable de brujería, a los que
atemorizaban su pelo rojo, su rebeldía y su descaro.
Eligió a una mujer que como todas era pálida, vulgar y
transparente, ésa que movía los labios
como si rezase y hacía resbalar sus dedos nerviosos por un rosario desgastado.
La
bruja logró que las yemas de sus dedos rozasen los amuletos que aún escondía
entre la ropa, comenzó a susurrar extrañas palabras y, para cuando concluyó el
conjuro, la mujer de pelo rojo era una más entre las personas del pueblo, tan
vulgar y transparente como ellas aunque sus labios permaneciesen sellados y no
rezasen. Tuvo que admitir entonces que,
gracias a la belleza hipnotizadora del fuego y a los gritos desgarradores de la
desgraciada por la que se había cambiado, el espectáculo no defraudó a nadie.
8 comentarios:
Casi todos contentos...
Saludos
Eso de trasmutarse me gusta, a ver si un día de estos aprendo a hacerlo.
Muy bien Luisa.
muy buena la entrada
besos
felicidades por la manera de describirlo :)
Está genial, me ha entrado yuyu al imaginarme a la pobre mujer transparente agonizando entre el fuego.
Me han entrado escalofríos con la transformación y la agonía. Bien escrito.
Un abrazo Luisa
Un acto de salvación de la hechicería: cambiar los cuerpos y dejar el castigo a otro. Muy bueno.
Un acto de salvación de la hechicería: cambiar los cuerpos y dejar el castigo a otro. Muy bueno.
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