María decidió
acercarse a la puerta pero apenas lograba escuchar ininteligibles rumores. Se
inclinó hacia la cerradura con sumo cuidado mirando a hurtadillas por la ranura
maltrecha y mohosa. Un poco más, otro poquito más, apretando los ojos para
enfocar mejor la mirada. Sus pupilas se habían convertido en dos potentes
teleobjetivos. No era suficiente. Apoyó entonces la palma de la mano sobre el
picaporte con la delicadeza de una pluma balanceada, pero la puerta cedió
fatalmente y María cayó dentro de la sala con todo el peso de su cuerpo en un
seco "cataploffff".
Diez
pares de ojos indignados la atravesaron a un mismo tiempo... Cabizbaja y con la
cara colorada, se levantó del suelo con más vergüenza que dolor, maldiciendo
entre dientes su mala suerte: seguro que la despedirían por recortes de
personal, sí, pero ahora además, por cotilla irreverente. Si se reían o no de
ella era mal menor, a fin de cuentas ¿quién no ha caído alguna vez al suelo en
el momento más inoportuno de su vida?
Autora: Marian Allende
Blog: Lectura discontinua
4 comentarios:
Todo el mundo cae al suelo alguna vez, es imposible no caerse nunca si caminas, si no caminas ni andas , is estás siempre sentado tumbado seguro que es mas dificil caerte... auqnue no imposible, nada es imposible y menos en las caídas inoportunas, alguno he visto yo caerse de la cama durmiendo, mira que es dificil¡¡¡ eh?.
Besos, ingenioso relato.
Traía la estrella al revés desde que empezó su vida.
Habían de ser más compasivos con gente tan oprimida.
Marian:
Has escrito un relato muy bueno. A la pobre la venció su temor, que le hizo perder el equilibrio... y la prudencia.
Un cordial saludo.
Al menos tendrían una razón para despedirla, no por su eficiencia o no, pero sí por curiosona y cotilla, pues no contenta con ver por la cerradura, intentó abrir la puerta para no perderse nada.
¡Estaba condenada!
Publicar un comentario