Publico hoy dos relatos que añadí recientemente en mi blog.
Saludos y disculpas por la intermitencia.
La caída.
Encontramos al anciano en la punta más oriental de la isla de Tricania. Por su actitud pensaría que busca en el mar, pero sé que el sol cegó su vista tiempo atrás. Me apena contemplar su pelo desmadejado, la túnica harapienta, el aspecto depauperado del que no hace mucho tiempo fue el arquitecto más celebrado en toda Grecia.
- Maestro, - le digo, - maestro.
No responde.
- Maestro, - insisto.
- No hay caso, - asegura mi acompañante.- Lleva años aquí, esperando que las mareas arrastren el cadáver de su hijo. Aquí duerme. Se alimenta de lo que le traen las almas caritativas, pero pasa días sin comer si nadie viene. No insista, créame. Tiempo atrás Ícaro murió en su caída al mar. El gran Dédalo aún sigue cayendo.
Revisión del mito de Ícaro II
Todo comenzó con un grito al que se sumaron miles, cientos de miles, quizá millones de gritos. Fuimos pocos los que salvamos la vida. La culpa no fue de ellos, es intrínseco en un joven querer contemplar horizontes cada vez más lejanos. Por eso todos aquellos Ícaros ascendieron y ascendieron, cada vez más cercanos al sol, hasta que la cera que les habían proporcionado para fabricar las alas comenzó a deshacerse. Sabíamos que ocurriría, pero nadie les avisó de ello.
Millones de Ícaros cayeron simultáneamente. Parecía que el cielo se desplomara. Y aquel grito, resultado de aunar millones de gritos...
Todos perecieron y, bajo ellos, los Dédalos que no hallaron donde protegerse. Mecidas por el viento, sobre el amasijo de carne informe en que tornaron los cuerpos, caían lentamente las plumas desprendidas, como si de una vivificación del Tártaro se tratara.
Como digo, sólo unos pocos salvamos la vida. Aquellos que acostumbramos, sabiamente, a habitar en los umbrales.
Millones de Ícaros cayeron simultáneamente. Parecía que el cielo se desplomara. Y aquel grito, resultado de aunar millones de gritos...
Todos perecieron y, bajo ellos, los Dédalos que no hallaron donde protegerse. Mecidas por el viento, sobre el amasijo de carne informe en que tornaron los cuerpos, caían lentamente las plumas desprendidas, como si de una vivificación del Tártaro se tratara.
Como digo, sólo unos pocos salvamos la vida. Aquellos que acostumbramos, sabiamente, a habitar en los umbrales.
1 comentario:
Desmadejado, harapienta, depauperado, me aderezaron la lectura. Sigo viendo millones de Ícaros caer y los escucho aullar.
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