Tres botes de cerveza con alcohol, las manos temblorosas, un pedazo de queso manchego, los dedos frágiles, un pan de pueblo, horneado en el centro de Madrid, y una boina verde calada hasta las cejas que oscila con el vaivén de unos ojos llorosos de tanto haber visto. Esperando de pie en la cola para pagar, detrás de una señora y delante de un joven de barba recortada que ha comprado vino tinto para una comida imaginaria.
El anciano deja la compra sobre la cinta de goma y sitúa con un golpe seco la barra de metal que separa lo que va a pagar de lo han elegido los que le emparedan con sus cuerpos. Las manos rígidas, limitadas por una artrosis sonora, y los codos desplegándose como pequeñas grúas oxidadas hasta dejar todas las cosas sobre la superficie que comienza a desplazarse. Paga sacando las monedas una a una y no deja que nadie le meta prisa en su búsqueda por el último céntimo. Las bolsas de plástico aparecen como castigo, y termina por abrirlas llevándoselas a la boca, soplando el borde con los labios pegados bañando con una pequeña lluvia de saliva el pelo cardado de la dependienta. Mete el queso, mete el pan y mete dos botes de cerveza. El tercero se le escurre y cae al suelo. No se rompe y el anciano intenta cogerlo antes de que empiece a rodar hasta un lugar inalcanzable para sus paso lentos y sus rodillas de imitación. El pie del joven aparece entonces al rescate y detiene el cilindro con el canto interno de sus zapatos. Se agacha, sonriente, y le devuelve al señor su cebada. Este se le queda mirando, bajo la boina verde, como un marine en la trinchera, y niega con la cabeza. Abandona la tienda dejando la mano joven, las piernas ágiles y el rostro sorprendido mirando su espalda.
- No se beberá esa cerveza - comenta la dependienta mientras cobra la botella de vino. - Ayudarle es la única forma de quitarle las ganas.
4 comentarios:
Muy bueno, Alberto. Me descubro ante tí. Una descripción perfecta de la decrepitud de un anciano que se empeña en no perder la dignidad.
Aplausos para tí y para el anciano.
Qué duro!
Así reaccionamos muchos cuando la vida se ensaña.
Un abrazo Alberto
Creó que así es la terquedad también.
Y la idea de que los demás tenemos que plegarnos a cierto modo de ver las cosas.
Excelente relato. Muy visual.
Gracias por los comentarios.
Y gracias al anciano por ponerme en mi sitio...
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