En varias ocasiones, camino al trabajo, saludé a una viejita achacosa en un jardín del barrio. Coincidí con la dueña de esa casa –una mujer algo afectada- en la cola del súper.
— Vi a su mamá —le dije.
— Qué raro…, si nunca sale de Montevideo —comentó extrañada.
— ¡Ah…perdón! —exclamé, sintiéndome una entrometida—. Como la señora estaba en su jardín…
— No sé —murmuró intrigante— ¿En mi jardín? ¿Y qué hacía?
— Se entretenía con las plantas.
— ¡Con razón aparecen las flores descabezadas! ¡Una pena, mire! Supuse que era un ácaro. Pero, oiga —se llevó una mano al pecho— ¿era muy vieja, la mujer?
— Sí, y flaquita también. A veces está sentada.
— ¿Cómo? ¿La vio más de una vez?
— Sí, sí…
Puso los ojos en blanco y los cerró por segundos.
— Hágame un favor ¿quiere? —un hilito, su voz— La próxima, pregúntele su nombre. Si se llama Cata ¡es ella!
— ¿Quién?
— ¡Mi suegra!
— ¿Por qué no se lo pregunta usted?
— Si la viera, lo haría.
— ¿No la ve?
— Sólo en la foto de la lápida, querida.
Eventualmente, la vieja me sigue saludando. Pero yo no pregunto.
http://nivaranicuchillo.blogspot.com/
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6 comentarios:
Hermoso relato costumbrista.
Con un exquisito gusto Rulfiano.
Vaya sólo fataría tener una suegra de ultratumba, me gustó mucho :)
Bravo, Mónica!!!
Me encantó el diálogo. Muy bien llevado hasta el final.
Besos sin suegra.
Este micro tuyo es uno de mis favoritos. Redondo y perfecto como un anillo.
Besos Moni
Como si no llegaran de vivas... jajaaj
Bicos Mónica
Gracias mil por comentar;han sido muy amables. Abrazos a todos.
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