jueves, 14 de febrero de 2013

Los últimos de Howland


"Desear la inmortalidad es desear la perpetuación de un gran error." 
Arthur Schopenhauer


Regresa otra vez la muerte disfrazada de ángel y los habitantes de Howland la aguardan, sentados en la quebrada, con sus túnicas blancas y sus collares de nautilo. Los seres que moran esas tierras son enjutos, como maderas carcomidas por la existencia, barbados de tundra, los ojos glaucos y sus cuerpos erosionados por la lluvia y el viento. Esos hombres son sólo memoria, un ovillo deshilachado de recuerdos: sin poder sucumbir y  sin poder engendrar, eternos pero solos. Y en el día de San Matías, porque así está escrito, el ángel negro retorna, señala con su dedo y, tensando su arco, dispara una flecha. Y ese haz de luz marca un único elegido que fallece y vuelve a germinar muerto, pero humano, en la luz que lo fosiliza. En ese relámpago, cuando la vida y la muerte interseccionan en una espera minúscula, los seres de Howland gritan en silencio, con los ojos, con el cuerpo, y lloran odio,  sollozan sangre. Para ellos el tiempo anida vacío como un erial pedregoso y solo queda volver a esperar sedientos, en el desierto de la perennidad, que retorne el querubín de la expiración y los enhebre con su estilete.

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