Jesusa
barría la acera con rapidez, ahuyentando las hojas mustias del otoño. Un sonido
chirriante se fue aproximando hasta ella. Del viejo automóvil, bajó una
escuálida mujer joven. Amenazante, le clavó los ojos. La envidia trasuntaba su mirada.
Sara
siempre soñó con ser la preferida del escritor moribundo. Cuando cayó enfermo, hubo
que designar a alguien que le acompañase en su última enfermedad. Todas las
opiniones familiares recayeron en Jesusa. Nadie pensó en Sara. Ese pesar por lo
ajeno, ese deseo de algo que no se posee, había existido desde niñas. Nunca le
perdonaría a Jesusa, que cuidara de su abuelo.
Después de todo, cuidar a un escritor moribundo, que además sea el abuelo... es una tarea muy grata.
ResponderEliminarUn abrazo.
La envidia lleva la penitencia incorporada.
ResponderEliminarSaludos
Uno de los sentimientos mas ruines y dañinos que existen, la envidia.
ResponderEliminarMe gustan tus relatos.
Un abrazo fuerte.
Una joya perfectamente pulida Zuni, es éste relato.Bravo.
ResponderEliminarGracias amigos por opinar. Las virtudes y sus antítesis crean al hombre. Un fuerte abrazo.
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