El ritual era simple. Iba hasta las vías y ni bien el silbato agitaba el humo de la locomotora, pedaleaba con todas sus fuerzas. Cuando el tren se perdía en la curva, frenaba jadeante y renovaba su esperanza de verla.
Una tarde su perseverancia dio fruto. Adela, sentada en el primer vagón, miró su bicicleta destartalada y se rió altiva. Fue ella la que gritó “¡Lo agarró! ¡Lo agarró!”.
Ahora la ve todos los días. Viene con su madre al hospital. Le trae libros y alguna golosina.
Metejón: en lunfardo, enamoramiento.
Curiosa forma de dar con un final feliz.
ResponderEliminarBrutal, sí. de como un atropello puede ayudar a unir...
ResponderEliminarAbrazos!!
Un escalofrío me recorrió la espalda. De pena, de alivio, de ternura.
ResponderEliminarGran micro, Sandra
Abrazos!
A veces hay que sufrir y arriesgarse por lo que uno quiere ¡¡¡¡¡
ResponderEliminarGracias Carlos, Sucede, Patricia, xixe!
ResponderEliminarTorcuato me ha invitado a formar parte de este espacio literario y me salió un micro agridulce.
Un placer participar.
Saludos van!
Desesperanza que una en amistad, un guión difícil y bien resuelto.
ResponderEliminarBlogsaludos