La mano derecha de mi madre, de El secretario |
Tras los pasos menudos que atraviesan la puerta, un familiar “Mamá, tengo miedo” penetra en sus sueños y la impulsa a hacerse a un lado. El niño, acurrucado a su costado, acompasa pronto su respiración mientras ella, con el temor de aplastar el cuerpecillo frágil, cae en un sopor inquieto que desemboca en un sobresalto. Tantea. No hay rastro del hijo en esa cama metálica y ajena. Alarga una mano que el interruptor no acoge en el sitio acostumbrado: ese lugar preciso donde ella lo busca, a tientas, desde hace más de quince años.
Pativanesca
Pativanesca
Precioso.
ResponderEliminarBlogsaludos
Es encantador, pero triste.
ResponderEliminarGracias, Adivín.
ResponderEliminarMA, sí que es triste. La vida a veces es triste, ni conviene olvidarlo ni creo que sea obstáculo para intentar vivirla lo mejor que se pueda.
Un abrazo a los dos, gracias por comentar :).
A veces la huella del tiempo es poderosa. Lo mejor dejarla ir con amor. Algunas cosas no vuelven o lo hacen tras la muerte, por ello mejor vivir.
ResponderEliminarEs precioso. Me has hecho llorar.
ResponderEliminarMuy bonito Elisa. El paso del tiempo, la vejez, la soledad, todo está ahí. Besos
ResponderEliminarPrecioso, hasta las lágrimas
ResponderEliminarUn abrazo
Manuel, Pepa, Puri, Anita, me alegra que os guste, a pesar de la tristeza.
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