Papá solía morirse dos veces al día. Casi siempre por las calles del centro. La multitud se aglutinaba alrededor mientras yo me encargaba de las carteras. Mi hermana pequeña, de los bolsos. Entonces al menos sacábamos para ir tirando. Pero llegó una época en la que tenía que morirse quince o veinte veces diarias a cambio de una billetera vacía o unas ridículas monedas. Luego hubo un tiempo en que todos pasaban de largo. Poco después algunos individuos volvían a detenerse. Lo hacían con disimulo para vaciarle a papá sus bolsillos. Ahora ni siquiera hay gente. Nos limitamos a huir de los perros.
Manuel Merenciano
Ni las genialidades sirven en tiempos de crisis :( pero no se puede negar que es original :) Me gustó mucho Manuel.
ResponderEliminarRetratas con nitidez la forma en que los voraces nos saquearon tanto que perdieron la ambición y el espíritu de riesgo, deberíamos plantear leyes que impidan que se produzca éste efecto negativo.
ResponderEliminarBien logrado como siempre en tu gran estilo.
Me ha encantado. Me recuerda a la canción de Sabina, esa de Al ladrón, al ladrón (El hombre del traje gris).
ResponderEliminarUn canto al ingenio para sobrevivir y a la dignidad perdida tu micro.
Saludo
Comenzás con una frase que nos hace pensar en un mundo fantástico. Luego nos llevás a la mas cruda realidad para, por último, centrarte entre los dos mundos. A todo esto debemos sumarle la emoción que trasmite el relato.
ResponderEliminarMe encantó!!!
Un abrazo
Patricia me quitó las palabras de los dedos (bueno, no me las quitó porque son todas suyas...).
ResponderEliminarTremendamente inquietante, título e imagen incluídos.
Un trabajo ferpecto.
Lo que demuestra que siempre se puede ir a peor.
ResponderEliminarNo me canso de leerlo. Cada vez que lo hago sigue pareciéndome fabuloso.
ResponderEliminarBuenísimo Manolo, tenía que haber pasado.
ResponderEliminarUn abrazo