Al abrir la puerta de su casa, percibió que ella se había adelantado. Y no hacia mucho. Ese aroma a violetas aún suspendido en el aire era inconfundible. Lo siguió por la escalera, en el portal, fuera, hasta que se hizo insoportablemente atractivo y reconocible. Las calles estaban desiertas en ese Barrio Húmedo tan peligroso de las cuatro de la tarde y de locos y cornadas de lobos. Miró a su alrededor. La encontró confundiéndose con dos músicos de flauta y coco. Sacó su guitarra templó su voz con un trago de su dulzón licor de violetas y se marcaron unos bluses a la sombra del alcohol y sus soledades. Ella, lo último que vio fue saltar dos cuerdas justo en el momento que hacía un solo canalla con su mechero como slide. Luego sintió como un fuerte empujón en su espalda y por el humo, reconoció la sonrisa de su marido. Y ese diente de oro, que cuando ríe se ve brillando.
Parecen los antecedentes del triste desenlace en el que se verá inmerso Pedro Navaja.
ResponderEliminarGran relato
Muy bueno.
ResponderEliminarSaludos
Si, yo también he visto a Pedro Navaja... la vida te da sorpresas...
ResponderEliminarUn abrazo