sábado, 15 de enero de 2011

Lenta travesía al mar en calma

A menudo, mientras observa uno a uno los lienzos de cada nueva colección que entra en mi tienda, buscando la luz que falta en sus paredes blancas, recuerda en su mano el contacto de la mano de un niño. Durante mucho tiempo, guardó los dibujos que el pequeño garabateó para él como un poeta mientras su madre se esforzaba, pese a su corazón, en alejarle de sus vidas. Un día no pudo evitar -o eso me dijo- que su dolor les prendiera fuego. Y algo de sí mismo ardió con ellos.
Hoy parece tranquilo. Desvanece sus ansias en la sonrisa de una bonita muchacha que me muestra un catálogo de marcos. Suspira. Creo que sueña. Quiero creer que hoy, al volver a casa, no dibujará en la pared con los dedos tiznados de lágrimas el dibujo que hubiera deseado trazar, entre risas y magia, junto a mi mujer, de manos del que no fue su hijo.

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