Mi psicoanalista
Se acomodó y, antes de
cerrar los ojos, miró por la ventana: la ciudad se movía incansablemente. Dejó
caer sus párpados, deseosa de escuchar aquella dulce voz que tanto la
tranquilizaba. Él hablaba y hablaba de las cosas más sencillas, de los
sentimientos más básicos, de la vida misma. Ella sólo escuchaba. Alguna vez
movía los labios de forma casi imperceptible, dibujando una leve sonrisa, un
tenue "sí", un suspiro.
Una estridente sirena
rompió su sueño. Volvió a mirar por la ventana. Una hora después su
tiempo había finalizado. A lo lejos, su hija movía los brazos ostentosamente
dibujando en el aire un "es lunes y ha venido mi madre a buscarme".
Pagó la carrera y se despidió de Juan, el taxista, con un lacónico adiós.
Durante años él la había
llevado, cada lunes, en su taxi al psicoanalista. Pero un día descubrió que lo
que realmente le reconfortaba era ese momento. Cambió de terapia y ahí
sigue, cada lunes, desde el taxi auscultando su ansiedad.
Autor: Xavier Blanco
Blog: Caleidoscopio
Mejor médico, Juan el taxista !
ResponderEliminarY si tomara un tren ya ni te cuento...Saludos
ResponderEliminarEs que realmente la miad de nuestras carencias están en que somos torres fortificadas.
ResponderEliminar