Todas las noches, lo veía pasar
apurado desde mi oscura posición en la acera. Casi la misma hora regresaba de
su trabajo y marchaba rumbo al hogar unipersonal que ostentaba en el tercer
piso del moderno edificio. Dado el avance de mi información sobre el apuesto
joven que me atraía desmesuradamente, ya era hora del contacto. Lo decidí de
inmediato. Esa noche, noche de invierno, reinventada como tantas otras, en el
cauce de una brisa nocturna helada, lo percibí llegar. Estaría a unos cien
metros de mi escondrijo cuando el aletear de su bufanda gris me provocó la
excitación acostumbrada. El encuentro fue triunfal, casi soñado. Nuestros
cuerpos fueron uno, el deseo abrasó la carne, la díada de nuestras almas fluyó
sin sorpresa. Propio de mi naturaleza, el largo abrazo y la fuerza de mis
besos, terminaron por vencerlo. La vida, fugaz, se escabulló por ese río
bermellón que brotaba de su cuello fuerte y robusto.
Excelente vampirazo Zuni.
ResponderEliminarCon magnífico cambio Jamaiquino al final.
Bravo por ésta pieza.
Muy buen relato.
ResponderEliminarBesos
Cinematrogáfica la soledad.
ResponderEliminar¡¡¡Gracias Carlos!!!!
ResponderEliminarGracias Vero!!!! Un gusto saber de ti
ResponderEliminarGracias Anuar!!!! coincido.
ResponderEliminarMe ha gustado pasar por aquí.
ResponderEliminarVolveré pronto con ansias de leer.
Saludos desde el telón de la luna.
Gracias por pasarte Danilita. Un consejo: ¡Vuelve!
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