miércoles, 29 de mayo de 2013

El laberinto

Era un laberinto de muros altos y macizos, creados para que solo se pudiese mirar hacia atrás o hacia adelante. No había recovecos oscuros ni puertas encubiertas; no había mayores enigmas, ni tramas ni enredos. Era un simple deambular girando en las esquinas, eligiendo al azar los caminos que se bifurcan, recostando la espalda en las duras paredes como fría tregua. No había minotauros ni monstruos; era el afán de llegar al final del camino lo que apremiaba al viajero. Aunque, seguramente, otro peregrino podía preferir quedarse estudiando las grietas dibujadas en el muro por el paso del tiempo. O, tal vez, sencillamente mirar hacia arriba y observar que el cielo era el techo y las paredes del laberinto, los límites que nos creamos viviendo.


4 comentarios:

  1. Me gustó el final por el punto místico-metafísico que tiene: el cielo abierto y nuestra incapacidad para verlo.

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  2. Un hermoso laberinto espejo de tu belleza.
    En el vacío infinito de la quietud se transparenta que somos dueños de todo el universo.

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  3. Muchas gracias por vuestros comentarios.
    Abrazos.

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