martes, 16 de octubre de 2012

Vegetal


Llueve.
Una lluvia amable, discreta, demasiado educada como para salpicar, cae sobre la escalera y el patio interiores del edificio en que vivo.
La sensación al mirar por la ventana es la de estar atrapada dentro de un fresco recién pintado.
Olor a tierra húmeda.
Debe traerlo el viento de alguna parte.
Aquí no hay tierra.
El blanco de las paredes es más blanco.
Las hojas de las plantas más verdes.
Los colores, en general, más vivos, contrastan con la ligera tristeza de una tarde que resbala hacia el anochecer.
Y el suelo, poroso, no se limita a recibir las gotas de lluvia en su superficie sino que las absorbe, se las bebe.
Un cielo gris claro sigue llorando ante mi ventana.
Un cielo cuyo rostro, de tenerlo, sería impasible. Como impasible recibe los goterones que comban sus hojas, durante un segundo, la pequeña planta que medra en la esquina de una columna del almacén de abajo.
Lleva años aguantando el equilibrio sobre un cable de color negro que rodea la columna. Su tamaño y el número de sus hojas no aumentan ni disminuyen. Se limita a permanecer en ese rincón inhóspito, dando su nota de verde mientras lucha con un alambre retorcido y una sierra de mano que le disputan el derecho, simple, casi sagrado de estar. De ser.
¿Un pequeño ejemplo de humildad inconsciente?
¿El verde ejemplo de la esperanza?
En todo caso, fuente de inspiración para mis escasas y pobres letras.

3 comentarios:

  1. Muy bella y serena la imagen, Montse.
    Me gusta esa observación distante y a la vez profunda que haces de esa tarde de lluvia.
    Un abrazo.

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