Triste y desnuda quedó la muñeca aquella gélida tarde de enero cuando su viejo reloj decidió soltar las ligaduras que lo mantenían encadenado a ella.
Atrás quedaron los años de perfecta armonía. Inseparables cómplices del transcurrir del tiempo latiendo al unísono... Ella, meciendo el tic tac que renueva la vida; marcando las horas con precisión milimétrica, él, su querido reloj de pulsera.
Por loco que parezca, hace poco tiempo me sucedió algo así con un reloj pulsera que usé por años y al que me unía (porque me lo había regalado mamá) un cariño especial.
ResponderEliminarHace falta decir que me encantó tu micro?
Abrazo!
MJ:
ResponderEliminarParece mentira que con una cuestión tan ínfima como lo es la pérdida de un objeto, se haya podido crear esta reflexiva e íntima obra. Con belleza describe la sensación de tristeza y desnudez que emerge en la poseedora de la máquina acompañante.
Felicitaciones.
Saludos.
No pude evitar encontrar en tu relato aquel momento en que el corazón deja de hacer tic tac dentro de un cuerpo; pero si lo piensas, el que ahí habitaba pudo haberse llevado su tic tac a otra parte, el misterio es saber a donde.
ResponderEliminarEl tic tac de un reloj parece el latido de un corazón. Hay objetos que nos acompañan tan íntimamente que cuando se estropean se llevan una parte de nosotros. Precioso. Un beso.
ResponderEliminarSigues amando lo que escribes y eso se nota y se agradece.
ResponderEliminarPrecioso, MJ. Hay objetos que se agarran a nuestra memoria y es difícil olvidarlos.
ResponderEliminarBesitos
Tic tac, tic tac,...
ResponderEliminarEl corazón sigue latiendo. Del reloj nunca más se supo.
Muchas gracias a todos por comentar.
Abrazos.
Guardamos objetos que aun inanimados adquieren un caracter personalísimo por la importancia que les damos.
ResponderEliminarCuando por algun motivo dejan de funcionar, se deterioran con el paso del tiempo o se pierden es como si un trocito de nosotros se fuera con ellos.
Pero la vida es así, hay que seguir caminando, como el tiempo, que no para nunca.
Besitos mediterráneos.
Los relojes (de pulsera, de bolsillo, de pared y hasta los de arena), no hacen más que intentar, en vano, poner orden a ese concepto de tiempo, que cada muñeca, en el latir del pulso, va pregonando que la vida está ahí, en punto.
ResponderEliminarMe ha gustado.
Un saludo.
Y a mí me han encantado vuestros comentarios, Gala y Albada.
ResponderEliminarMuchas gracias, guapas.
Besotes.
Me da a mí que detrás de esta perdida material, hay otra gran perdida, por la que aún algo sigue latiendo, me equivocó?
ResponderEliminarUn abrazo, MJ.
¡Jeje! No, Miguelángel, de momento solo he perdido un reloj al que le tenía un apego especial.
ResponderEliminarUn abrazo.