El abuelo Leocadio, el más querido por los chavales del barrio disfrutaba viéndoles corretear por la plaza. Siempre tenía algo en los bolsillos que ofrecer. Unas veces eran caramelos, otras canicas y otras, cromos. También les entretenía contando historias a la salida de la escuela, rodeado con gran expectación.
-¡Qué bueno es Leocadio!- decían los niños.
Hubo un día que no le encontraron; sólo su bastón caído en el suelo recordaba que aquél era su banco.
Los niños tristes y preocupados quedaron, hasta que uno de ellos se atrevió a levantar el bastón del suelo. Con gran sorpresa viajó a la velocidad de la luz hasta una granja donde Leocadio, más joven, le enseñó a ordeñar una vaca. Tras él, el bastón pasó a otro niño y en cuestión de un minuto aprendió a manejar un arado para segar en el campo. Otro niño paseó por la montaña con el abuelo mientras le enseñaba la cueva donde se refugió durante la guerra civil.
Y así fue como Leocadio siempre estuvo presente.
-¡Qué bueno es Leocadio!- decían los niños.
Hubo un día que no le encontraron; sólo su bastón caído en el suelo recordaba que aquél era su banco.
Los niños tristes y preocupados quedaron, hasta que uno de ellos se atrevió a levantar el bastón del suelo. Con gran sorpresa viajó a la velocidad de la luz hasta una granja donde Leocadio, más joven, le enseñó a ordeñar una vaca. Tras él, el bastón pasó a otro niño y en cuestión de un minuto aprendió a manejar un arado para segar en el campo. Otro niño paseó por la montaña con el abuelo mientras le enseñaba la cueva donde se refugió durante la guerra civil.
Y así fue como Leocadio siempre estuvo presente.
Hermoso microrrelato, muchas felicidades.
ResponderEliminarUn saludo
Parece una sorprendente apuesta por un cruce de microrrelato al uso con cuento infantil tradicional (desde "Los niños tristes y preocupados quedaron", y por el levantamiento mágico del bastón). Me gusta el extraño efecto que produce.
ResponderEliminarAbrazos
Fantástico relato.
ResponderEliminarDavid, los seres especiales nunca mueren, pues nuestros recuerdos siempre se encargan de revivirlos una y otra vez.
ResponderEliminarMe gustó el abuelo Leocadio.
Un fuerte abrazo.
Me quedé fijo viendo la inmortalidad por bastonodromía.
ResponderEliminarEs un microrrelato muy especial, imaginativo, fantástico. Me gusta mucho.
ResponderEliminarUn abrazo.
Distinto. Me gustó, David.
ResponderEliminarEsa inmortalidad es además de tierna, valiosa dados los tiempos que corren. Me ha gustado tu micro.
ResponderEliminarUn saludo
David, no te conocía este estilo. Es un relato maravilloso. Las personas que queremos no mueren nunca, siempre viven en nuestro recuerdo. Un abrazo.
ResponderEliminarHermosas enseñanzas.
ResponderEliminarSaludos.
Los recuerdos de las personas amadas son mágicos, nos llevan a revivir momentos hermosos.
ResponderEliminarOriginal relato.
Besos desde el aire