Violeta se fue apenas cumplidos los dieciocho, creía que marchándose de la casa familiar la maldición que perseguía a las mujeres de la saga no le alcanzaría. Estaba decidida a ganar la partida a ese destino que pendía sobre ellas como un estigma. Puso primero tierra de por medio y después agua cruzando el charco, como sí la sombra que la hostigaba no supiera nadar, pero cada vez que pintaba la ocasión, se sentía seducida sin remedio por aquello que intentaba evitar. La maldición llamó a su puerta disfrazada de tango y la dejó entrar, se enamoró hasta los tuétanos de un porteño de voz profunda y bolsillos vacíos que le quitó las ganas de vivir y lo poco que tenía ahorrado. Volvió a la casa familiar con un niño entre los brazos. Otro bastardo jugando en el salón bajo el retrato de la abuela que había vuelto a mudar la sonrisa por ese rictus de disgusto que lucía cada vez que ese amor, que en su día rechazó, volvía despechado a vengarse convirtiendo a sus mujeres en marionetas.
Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarQUE REALISMO.
ResponderEliminarHay quienes ya vienen con el gene de la codependencia.
Buen micro, muy bien llevado. Felicidades.
ResponderEliminarEnhorabuena Esparanza, me ha encantado.
ResponderEliminarBesos desde el aire
No ha de ser tan mala la maldición, al menos les permite enamorarse hasta los tuétanos. Hay tantos que pasan por la vida sin sentir algo así. Eso sí, si usara forro o usara algún método anticonceptivo podría evitarse el "regalito". Tal vez esa sea la maldición: la estupidez.
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