Como tantas veces había hecho de niño, el Señor Gris se mete debajo de la mesa camilla del salón, y allí, acurrucado, se siente bien. A salvo. Pasa las manos por su traje y por su corbata y se tranquiliza. Lo hace muy a menudo. Cuando sale, ya está preparado para enfrentarse a cualquier cosa. A su mujer, a un cliente particularmente quisquilloso. A la autoridad. Y si en algún momento flaquea, no tiene más que pasarse la mano por el traje y acordarse de su mesa camilla. No es el único. Puedes ver a un montón de ejecutivos acariciando sus corbatas cada día.
Y luego vienen las tristes comparaciones a ver quien la tiene más... cara.
ResponderEliminarQué curioso, a mí tambien me pasa, pero yo no llevo corbata.
ResponderEliminarUn saludo.
La mesa camilla o las corbatas como ancla a la seguridad.
ResponderEliminar¡Pobres de ellos! La seguridad no existe.
Buen trabajo, Budoson.
Pues las mesas camillas han sido refugio de muchos, yo incluido. Servían para recargar y esperar a que escampe. Lo de las corbatas es normal, este sistema no tiene agarrados por el cuello.
ResponderEliminarSupongo que siempre hemos necesitado tener algo a lo que agarrarnos.
ResponderEliminarBuen relato. Un saludo.
Me encanta que os guste esto.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYa lo decia my abuela donde se ponga una buena mesa de camilla que se quite toda calefacciòn.
ResponderEliminarun fuerte saludo
fus
Vaya, era una gesto que me confundía, gracias.
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