lunes, 5 de diciembre de 2011

Ab ovo

Como tantas veces había hecho de niño, el Señor Gris se mete debajo de la mesa camilla del salón, y allí, acurrucado, se siente bien. A salvo. Pasa las manos por su traje y por su corbata y se tranquiliza. Lo hace muy a menudo. Cuando sale, ya está preparado para enfrentarse a cualquier cosa. A su mujer, a un cliente particularmente quisquilloso. A la autoridad. Y si en algún momento flaquea, no tiene más que pasarse la mano por el traje y acordarse de su mesa camilla. No es el único. Puedes ver a un montón de ejecutivos acariciando sus corbatas cada día. 

9 comentarios:

  1. Y luego vienen las tristes comparaciones a ver quien la tiene más... cara.

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  2. Qué curioso, a mí tambien me pasa, pero yo no llevo corbata.

    Un saludo.

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  3. La mesa camilla o las corbatas como ancla a la seguridad.

    ¡Pobres de ellos! La seguridad no existe.

    Buen trabajo, Budoson.

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  4. Pues las mesas camillas han sido refugio de muchos, yo incluido. Servían para recargar y esperar a que escampe. Lo de las corbatas es normal, este sistema no tiene agarrados por el cuello.

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  5. Supongo que siempre hemos necesitado tener algo a lo que agarrarnos.

    Buen relato. Un saludo.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. Ya lo decia my abuela donde se ponga una buena mesa de camilla que se quite toda calefacciòn.

    un fuerte saludo


    fus

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  8. Vaya, era una gesto que me confundía, gracias.

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