Los grandes líderes vieron que había llegado la hora. El orden de actuación lo tenían adjudicado desde hacía tiempo, y el primero de ellos subió al gran pedestal para hablar al pueblo, más hermanado que nunca. Agarró el micrófono y empezó el discurso que se repetiría en otros estados, días después. Su voz se oyó en todos los lugares, radios y televisores. Las gentes, atónitas y con las gargantas secas, clavaron sus miradas en el cielo.
¡Excelente! Me hizo contener el aliento por un segundo, y me imaginé a mí misma boquiabierta mirando hacia arriba.
ResponderEliminarMe dejas con mil dudas y a la expectativa...Aunque pensándolo bien para oír tonterías que es lo que suelen decir los líderes mundiales, mucha cháchara y poca solución...
ResponderEliminarBesos desde el aire
Pues sí, mirar al cielo... no queda otra con el panorama que tenemos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lástima no les cayera un rayo a esos oradores...
ResponderEliminarSaludos, Torcuato.
En este relato el título y la frase final constituyen la clave. Me acordé de Asterix y el temor a la caída del cielo. Sí, ahora que vienen mal dadas nos acordamos de quien también la lió hace dos mil años.
ResponderEliminarCreo que se intensifica la solución extraterrestre.
ResponderEliminarUna esperanza que se agranda, sin saber que todo puede resultar peor, por otro lado si mejor utilizamos ésa inteligencia que nos han hecho desarrollar con tantas presiones, quizás logremos cambiar algo.
Ese título y esas miradas clavadas en el cielo ponen los pelos de punta.
ResponderEliminarGracias por leer y comentar.
ResponderEliminarUn abrazo.