Pegadito a la orilla de la cama y tomándole la mano al viejo estaba el joven poeta, como debe ser cuando se muere el padre querido.
El enfermo hacía esfuerzos para restarle dramatismo a la condena de muerte que le había puesto el médico cuando le dijo : ---Incurable.---
Pero no había que cargarle culpas al amigo doctor, el únicamente comprobó lo que el cuerpo venía avisándole desde final del verano. Se acaban sus últimos quince minutos. Con ésta expresión solía hablar de sí mismo a diestra y siniestra. ---Hombre, para los quince minutos que me quedan, habríamos de veranear en la playa.--- O, el clásico: ---A mi no me hablen de colesterol que para los quince minutos que me quedan, mejor me sirvo más lomo en piña y lo bajo con champán.---
Y así llevaba veinte años hablando de los últimos quince, pero parece ser que ésta vez era real, pues no solo estaban ahí el hijo y todos los hermanos, sino hasta los buitres podían verse en el árbol del jardín como haciéndole guardia. ---Vean el instinto de éstos pajarracos, detectan la muerte y no se van ni porque los atacan los gatos. Que manejo tan magistral del conteo regresivo.--- Y carcajada de todos ante su gran humor negro.
---Pásame más vino hijo, que se me seca la garganta---
---Tranquilo padre no le vaya a hacer daño, no abuse que está enfermo.---
----Pues por éso sírvanme más que me está sentando muy bien, y para los quince minutos que me quedan, mejor alegre que morir de un coraje.---
Y quien le decía que no.
Y ya al calor de más copas y risas le gritó al médico que estaba despedido, en tono gracioso desde luego, y el médico para acentuar el chiste exageró su salida metiéndose al baño y dando un portazo. Pero una vez ahí encerrado se puso una toalla contra la cara para ocultar el llanto por su amigo que moría. Y con las risas en la habitación nadie escucho sus gemidos. El si sabía que ésta fiesta era en realidad un rito fúnebre.
Ahora el moribundo tomó las manos del hijo con las suyas y le empezó a decir que no estuviése triste, que ahora que se iba como que se daba cuenta que podía haberse equivocado a través de toda su vida de ateo, y que quizás sí existía un más allá, como que ahora lo sentía, y que todo era cuestión de un momento más en la existencia, y más tarde se estarían reuniendo en la vida eterna.
El hijo le miró con malicia y le dijo ---No cabe duda que usted es mañoso para consolarlo a uno. Usted y yo bien sabemos que en cuanto muera se acabó y se queda en off para siempre, y ahora se quiere aprovechar de que bebimos para ablandarme con una vida eterna. Además que aquí ya nadie le cree lo de que se muere, mucho menos yo.---
El viejo actor celebró que su hijo no le creyese el engaño que intentó.
Un par de horas después expiró con una sonrisa, y todos respetaron su deseo de no hacer dramas y seguir festejando sin él cuando llegara su momento.
El hijo se calló haber sido siempre un creyente, no en alguna religión , pero sí en que somos parte de algo más grande, llaménlo como quieran, y ésto jamás se lo dijo al viejo para que no lo convenciera de otra cosa.
Buena forma de esperar la muerte, envidiable la mentalidad de este personaje.
ResponderEliminarMuy bueno.
Saludos cordiales.
¡Las paradojas de la vida, Carlos! Muy bueno tu relato. Un gusto leerte. me he quedado pensando. . .y eso es mucho amigo. Un abrazo.-
ResponderEliminarParece una escena universal, sin embargo, ¿cuántos padres y cuántos hijos pueden realmente privilegiarse de esa despedida franca? Muy bien caracterizado el viejo, saludos.
ResponderEliminarGran uso de las letras.
ResponderEliminar¡Un abrazo!