Fue abrir la puerta y el lugar me puso triste. Como un silencio entre sonrisas. Arrugas sobre la piel estirándose como una goma antes de romperse. Retumbaba música de otra época dando ritmo a un montón de viejas vidas en separado. Sin duda demasiada roca solitaria haciendo isla para náufragos. La fiesta era otra, lejana, familia de un recuerdo que no hace historia. Todos bailando y yo frío. Hálito de nieve. Ojos de cristal sin lágrima. Diluido entre intenciones de una cama por llenar y besos como alimento para las ganas. Flujo de gente con vidas que chocan y que salían despedidos de un sitio a otro hasta llegar a la barra para pedir una copa. Olía a sudor, a humo de cuerpo. La masa danzando aliñada por luces de colores que ridiculizaban colgajos, resaltaban barrigas y no escondían lágrimas surgidas de párpados vencidos por los años. Nadie mirando a nadie. Yo terminé roto por el esfuerzo. En la calle pedí un taxi escupiendo en un grito las ganas de intentarlo de nuevo. Cada minuto en el reloj terminó siendo un latigazo. La próxima lo intentaré en otro local. Mi mujer siempre lo dice, para ligar las discotecas son un suplicio.
Fantástico texto, ya solo el título es genial. Un abrazo.
ResponderEliminarDe acuerdo.
ResponderEliminarLas más de las veces las discos se suman a la lista de infiernos en el paraíso.
Me encantan esos " besos como alimento para las ganas".
ResponderEliminarSaludos desde el aire
¡Que envidia siento de ese título! ¡Qué bueno es! Un cuento en sí mismo.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por vuestros comentarios.
ResponderEliminarUn saludo, nos leemos.
Me pasa siempre lo mismo en cualquier antro, agregando la pena ajena por los que parecen disfrutar ese tipo de diversión. El relato me gustó, especialmente de La masa a Los años. Saludos.
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