Todas las mañanas pasaba por la misma esquina rumbo a su trabajo. Un día, tropezó con Ella. Se disculpó y pensó que su cara no le era extraña. Una tarde, en otro lugar, volvieron a encontrarse bajo una torrencial lluvia que calaba los huesos. Ella lucía empapada, quietecita, esperando el bus. Se acercó a la fila de personas y la cubrió con su paraguas, un rato. Cuando la mujer ascendió al transporte, Él, se despreocupó y siguió su camino hasta la cochera donde había dejado su automóvil para protegerlo. Dos años habían transcurrido desde aquel tropezón y no tuvo problemas para reconocerla, sin embargo no lograba ubicar tiempo, ni modo, ni lugar, donde la hubiese visto por primera vez. Terminó por convencerse que le recordaría a alguien parecido. Una noche de invierno, las sirenas ululantes quebraron el silencio de aquel barrio. Rápidamente lo trasladaron hasta el Hospital donde lo esperaba un revuelo de uniformes, verdes, lilas, blancos. Vio todo negro y no recordó nada más. Entre tinieblas y cuerpos nebulosos, un rostro conocido se le presentó. Era Ella, que aparecía y se esfumaba, pero esta vez, le decía: "Vamos, vamos, ya pasó todo, despierte, despierte. . ."
La narración me gusta, y la conducta del protagonista me desconcierta ¿por qué tanta indiferencia a los símbolos del destino? Intrigante.
ResponderEliminarInquietante!!!
ResponderEliminarMe encanta, Millz M
Un abrazo
Que iluso...al final el destino siempre te encuentra ...
ResponderEliminarUn abrazo :)
Gracias amigos por comentar. Tantas señales que nos da el destino y qué pocas advertimos. Un abrazo
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