Harto de que ella fuese la dueña de todos sus días, tomó una determinación. Se bebió la botella de coñac que había guardado para el nacimiento del hijo que no tuvo nunca, se camufló tras el traje de Papá Noel de su precario trabajo actual y empuñó el hacha a falta de un arma de fuego.
Fue entonces a la casa del lago, a esa casa que había construido con sus propias manos y que ahora ya no era suya. El agua estaba helada desde hacía meses y sólo unos cientos de metros le separaban de ella.
Sonrió, elevó la vista y, antes de darse cuenta, se encontró con la cara pegada el hielo, otra vez, una vez más.
El gato, el que había sido su gato, había saltado a sus pies, le había hecho tropezar y ahora lo miraba por encima del hombro, con la misma sonrisa con que le habría sonreído la bruja.
Me encantó, Luisa
ResponderEliminarUn abrazo
Hasta su gato se había puesto en cintra suya. O es que esa maldita bruja lo había poseído? Me ha gustado mucho,Luisa
ResponderEliminarMuchas gracias a ambas, ¡y un beso!
ResponderEliminar