La primera vez me llevé un susto de muerte y anduve fuera del mundo hasta entender el problema: Cada vez que estornudaba… me cambiaba el rostro.
Probé entonces con la acupuntura, el vudú, la meditación trascendental y el exorcismo, pero todo fue en vano, y pronto empecé a verle las ventajas a mi extraña enfermedad. Con el tiempo olvidé cual de todas esas caras había sido la mía, terminé por aceptarlas a todas como la propia y llegué a la conclusión de que mi catálogo venía a ser de unos treinta semblantes diferentes, sin orden, motivo ni secuencia. No había forma de saber qué cara sería la siguiente. Después de un estornudo, un repentino mareo y un vértigo leve, corría a buscar un espejo para saber quién sería las próximas semanas.
Así, supe lo que es ser feo, atractivo, difícil, inane o irresistible. Tuve cara de menso, de líder, de hombre feliz y de burocracia, y a cada rostro le supe encontrar una vida, una amante, su concurrencia o su soledad. A cada cara le encontré su rutina.
Aprendí los rudimentos de la falsificación y logré llevar una vida sencilla y ordenada, y si alguna vez sentía hastío o la necesidad de huir, simplemente olía amapolas.
Sólo una vez me enredé en mis rutinas y visité con cara de golfo a la puta que solía frecuentar llevando la cara de tonto.
-Ponete la cara que querás, flaco, pero ese cuerpo y esa forma de besar no me los equivoco yo –me dijo ella con un gesto espantadizo y una pregunta en la voz.
Yo, desarmado, le confesé mi condición cambiante y le hice allí mismo una demostración. A ella le encantó aquella locura, que vio más como un estrafalario don que como un problema de salud, y me invitó a quedarme.
Desde entonces vivimos juntos como cualquier pareja normal, casi como la gente con cara. Tal vez, incluso, con alguna ventaja. Cuando se cansa de verme… me regala una amapola.
Un auténtico agasajo leer éste cuento de un individuo con caras que cambian como canales de televisor. Contiene posibilidades de narrar una novela fantástica.
ResponderEliminarBravo.
Como dice Carlos las posibilidades son infinitas. y...¡qué lista ella!
ResponderEliminarGracias por las amapolas...
ResponderEliminarCuántas caras podemos tener y eso sin necesidad de amapolas, pero para los más íntimos nuestro rostro no cambia. Aunque las personas, hasta las más cercanas, pueden sorprenderte (a veces te defraudan) con algo que desconocíamos de ellos. Pero la melodía siempre nos suena conocida.
ResponderEliminarEres increible Kum, siempre me encanta lo que escribes, siempre siempre :)
ResponderEliminarLeer este micro fue delicioso, su relectura, imborrable.
ResponderEliminarLas ideas que genera se entrecruzan y bifurcan.
Un mundo con muchos otros adentro.
Enhorabuena, Kum*, amigo.
Me encanta este texto, Kum*, como no tengo sombreros, te tiro un guante y te reto a seguir deleitándonos. Abrazos.
ResponderEliminarOriginalísimo, Kum.
ResponderEliminarTe traje una amapola. Pero te aclaro, pibe, que la cara que me vuelve loca es la de payaso (con sombrero y calcetines).
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, me parece una idea extremadamente original y muy bien explotada. Ahora bien, no sé si me permites una pequeña crítica, y es que es demasiado extenso para entrar dentro del género del microrrelato.
ResponderEliminarUn saludo.
¡Muy bueno, Kum! Distinto, irreal, con sabor a un dulce dolor. Así me ha impactado. Un gusto.
ResponderEliminarGracias a todastodos por venir, por leer, por retrataros.
ResponderEliminarJavi. Estás en lo cierto, no soy exactamente un microrrelatista. Me cuesta la renuncia, la contención, pero... shhhhhh... no se lo digas a Tor, que está en todos lados.
Besos en las caras... con sombrero y calcetines.
todo un descubrimiento el señor Kum
ResponderEliminarMe sigue gustando tanto como el primer día, aunque supongo que leo con otros ojos o con los mismo? o son otras palabras?
ResponderEliminarSaludillos
un buen texto , un abrazo
ResponderEliminarUna idea GENIAL. Y he estornudado dos veces mientras lo leía. En serio.
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