Desde lo alto del precipicio, la silueta de un hombre dimensionaba las manifestaciones pétreas de la evolución.
Arriba, un cielo azul-celeste, límpido, donde brillaba el sol.
Abajo, un cauce sinuoso, cubierto de arenas oscuras, otrora rocas de lava perdidas en el fantasmal desierto.
De vez en cuando, un árbol flacucho clamaba por lluvia y más allá las variantes de cactus agradecían a nuestra estrella vital, el calor.
Sobre su cabeza, un sombrero viejo de paja, en su frente, un caballete gastado de tiempo y en su mano, el pincel de cerdas secas de tanto esperar que aquel hombre en la cima, tomara la decisión y volara.
Duro, muy duro el relato.
ResponderEliminarBlogsaludos
Dura decisión......Volar
ResponderEliminarSaludos
Gracias, compañeros por interpretar a su manera este relato.
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