Solo se oían en el bosque unos gemidos ahogados de algo que corría. Dos sombras zigzagueaban por los árboles levantando las hojas a su paso. Cuando llegó al fondo de su guarida, el lobo, por fin, descansó. Mientras recuperaba el aliento, sintió, aterrado, en la nuca, el de la deliciosa niña roja que pensaba merendarse.
La foto es de aquí
Gran banquete.
ResponderEliminarBlogsaludos
fuerte , me gustó.
ResponderEliminarDas vuelta al cuento y me gusta, que el pobre lobo siempre queda mal.
ResponderEliminarBicos Belén.