sábado, 26 de marzo de 2011

Pachamama

Grumy cerró la puerta y salió corriendo a tope, hasta que poco a poco se fue sosegando y su andar se hizo cansino. Mientras caminaba fue apartando las piedras del sendero a patadas. Salían despedidas incrustándose en los árboles que las engullían como si tal cosa. Una de ellas, en vuelo raso, fue rompiendo espigas, haciendo que el grano cayera sobre el hormiguero de Zhietar Groshnik. El maná causó demasiadas bajas. Orgulloso del proyectil, se acercó a recogerlo para guardarlo en su caja de los desastres. Con una sonrisa miró al hormiguero y decidió mear en él y cogió un palo para destruir los restos, hasta que, desde el suelo salieron unas manos que tras atarle los cordones, le zarandearon, le peinaron y le dieron dos tortas. Pausadamente, las manos desaparecieron detrás de la colina de Muersku.
Grumy se quedó mirando al infinito, boquiabierto y cariacontecido mientras escuchaba al viento susurrarle al oído: "Y átate esos cordones, que te vas a partir la crisma, ¡estólido!"



bicefalepena

3 comentarios:

  1. Un pillo como el tal Grumy debió ser atado de los pies, jalado por las manos y metido al hormiguero. O mínimo haberlo sentado en él.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Muy tuyo, maestro. No se sabe si lo escribió un niño o un premio Nóbel. Sorprendente, delicioso, inesperado, tierno y cruel.

    Ahí te va otro sombrero.

    Besos de fábula.

    ResponderEliminar
  3. Me gustó, Grumy necesitaba un buen par de bofetones y yo me imagino a su madre dándoselos...

    ResponderEliminar

Pon un comentario. Nos gusta que nos leas pero también nos gusta saber que nos has leído.