De tanto en tanto sucede que, involuntariamente, despierto a la gárgola de Saint Gervais: varios pestañeos y suspiros coordinados, y ya está ella abriendo los ojitos y desplegando alas. Se anima en la noche y emprende vuelo sobre la Rue des Barres hacia mi tejado.
Para ese entonces, y aún ignorante de su osadía, yazgo en mi cama intentando dormir.
Torpe, desprolija -entumecida quizá-, la delatan sus pezuñas en las tejas cuando llega. Irremediablemente insomne, oigo sus pasos arriba, mientras elige el lugar donde sentarse; pretenciosa en más de un sentido (se horroriza de las canaletas simples), escoge sólo las molduras que dibujan encajes en la piedra.
Yo, que hace tiempo me prometí mudarme a un barrio sin iglesias, de improviso, recuerdo que son mis juramentos vanos los que la convocan. Y la percibo paciente, con las orejas ansiosas por escuchar culpas. Entonces sonrío bajo la sábana y comienzo a recitar mis faltas. Invento pecados y pesares, prometo comenzar a cumplir mis promesas so pena de suplicio. Sé que eso la contenta porque al rato se ha marchado.
Finalmente vuelvo a intentar dormirme, sin saber qué hacer con el rosario que me dio por penitencia, y decidida a salir a buscar nueva habitación por la mañana.
Que relato tan extraño, y que bonito. Deja ganas de saber más.
ResponderEliminarMuy hermoso.
ResponderEliminarIlustra claramente como los cultos siembran culpas.
Historia que se dibuja entre tejados y arrastra sus vientos melódicos. Me ha gustado leerlo.
ResponderEliminarBlogsaludos
Este micro tuyo es uno de mis favoritos.
ResponderEliminarSiempre es un gusto releerte Moni.
Un abrazo
MA, Carlos, Adivín, Patricia, muchas gracias por dejar sus comentarios.
ResponderEliminarAbrazos a cada unos.