La escena era perfecta. La abuela, con su sonrisa y ese brillo travieso en sus ojos. Mis tíos y mi madre platicaban animadamente soltando carcajada tras carcajada. Mis primos jugaban en el piso ajenos al barullo a su alrededor. Tres generaciones conviviendo armoniosamente. Tres y media, porque mi prima sonreía como la Monalisa mientras sus manos acariciaban inconscientemente con ternura la promesa que crecía en su orgullosa barriga.
La luz jugueteaba mágicamente entre sus cabellos y sus figuras. Fui corriendo por la cámara fotográfica.
Cuando regresé, la abuela estaba con cara de preocupación, con la mirada perdida hacia la puerta. Mis tíos discutían y mi madre trataba de calmarlos. Mis primos estaban inquietos y asustados por los gestos y las palabras fuertes. Mi prima intentaba reprimir el sollozo mientras una lágrima rodaba por una de sus mejillas. Sus manos extendiéndose protectoramente sobre su vientre.
La luz se ocultaba tras unos nubarrones que presagiaban tormenta y las sombras se fundían con la obscuridad que llegaba.
Suspiré azorado. El momento mágico se había ido. Seguramente por la puerta que mi abuela miraba tan fijamente.
Héctor Ugalde (UCH)
Excelente Héctor, realmente me ha encantado.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Si, Héctor, me ha sorprendido gratamente. Un relato maravilloso que refleja la volubilidad de la humanidad: un segundo puede traer consigo todo lo bueno, todo lo malo, todo...
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy buen retrato de como puede fugarse el momento Kodak en un instante.
ResponderEliminarLa fugacidad de la vida...interesante lo que haya sucedido en nenos de un segundo...Muy bueno. Un abrazo, Héctor
ResponderEliminarYo por eso prefiero no hacer fotos. Es mejor guardar los momentos en la retina y no perderse nada...
ResponderEliminarLa momento se escapó por la puerta en un suspiro...
Tu relato me ha parecido mágico...
Para catalogar tu excelente micro me quedo con los anteriores comentarios.
ResponderEliminarLeyendo me he apenado. Recuerdo una época de mi vida en la que salía con un grupo muy grande de amigos y amigas. Nos lo pasábamos genial y en las cenas o comidas yo siempre brindaba con un "Que sigamos estando juntos", y todos se reían.
Un abrazo.
¡Excelente Héctor! y tan cotidiano...
ResponderEliminarSaludos!