Le habían ofrecido una suma importante si el experimento resultaba exitoso. Necesitaban el dinero, pero comenzaba a arrepentirse de haber aceptado. Tarde. Su cuerpo ya no le obedecía y hasta su mente comenzaba a cristalizarse. Yaciendo sobre una báscula con forma de cama, con el frío corriéndole por las venas, se consoló pensando en su esposa y su hijo, en el fin de sus penurias.
Los médicos no podían explicarse qué sucedía. En el monitor de la báscula titilaba -21 g., a los dos segundos -42 g. y a los dos segundos – 63 g. El corazón ya era una línea recta. Las maniobras de resucitación tampoco funcionaron. El experimento había fracasado. Cuando lo llevaban a la morgue, entraban también dos camillas: una mujer y un niño que habían fallecido en un inexplicable accidente de tránsito en la entrada del hospital. Curiosamente los tres tenían el mismo apellido.
Claudia Sánchez
Buenísimo Claudia, ese multiplicar del peso del alma, estupendo. Como los tres mosqueteros, eran uno para todos, y todos para uno. Un abrazo.
ResponderEliminarExcelente. Uno de mkis temas preferidos.
ResponderEliminarCon el cuerpo no se juega.
ResponderEliminarCualquier moderno carnicero de morgue te pone de órganos de refacción de un equipo de basketball en dos patadas, y éso que ni te gustaba el basket.
Los órganos ni se venden ni se alquilan, si acaso donar el cerebro para fertilizante de flores, o de espinacas si no dá uno para más.