Carne de cañón.
No hace frío. Un sol más grande
de lo habitual se alza como un dios en un cielo completamente raso. La sombra
de algunas aves se proyecta sobre la tierra, manchándola con su oscuridad.
Ondean las hojas de los árboles como banderas que esperan que les juren
lealtad, pero nadie se levanta. La hierba, empapada en sudor, cambia el rocío
por gotas de sangre que brotan de los incontinentes cuerpos. Y reina el
silencio; digno guardián de un improvisado cementerio en el que las vainas
metálicas de las bombas hacen la función de lápidas sin nombres. Huele a carne.
Autor: Daniel Fernández Langeber
Cuadro: Batalla de Gettysburg por Currier e Ives
Hoy día, en cierto modo, todos somos carne de cañón. Saludos
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