En cuanto vinieron a buscarme, supe que todo iba a acabar muy mal.
Ahora, algunas horas después, tengo un par de costillas rotas, apenas puedo abrir los ojos, he perdido algunos dientes y la sangra gotea de mi nariz.
He sido bueno. He acompañado cada uno de sus golpes con todos los gemidos de los que he sido capaz y me he negado a confesar lo que querían. Les he dado espectáculo, les he dado argumentos. Están contentos y me escupen a la cara que aún no han acabado conmigo, que sólo van a hacer un receso.
Antes de que lleguen a salir de la oscura y húmeda habitación, llamo su atención y sólo, cuando estoy seguro de que me miran, distorsiono mis huesos y me libero con facilidad de las cadenas, empiezo a sonreír, salto a su lado en un segundo y dejo que sientan en sus narices mi inconfundible perfume de azufre.
Me encanta su gesto de sorpresa cuando descubren quien soy y el olor que tiene su miedo cuando mi sonrisa les susurra: “Mi turno”.
Y llegado su turno se lo hará pagar con creces...
ResponderEliminarBesos desde el aire
Siempre un placer leer acerca de éste proceso educativo.
ResponderEliminarMe encanta el final.
ResponderEliminarHa sido bueno, sí, tanto que en el cielo a lo mejor se lo rifan
ResponderEliminarMe ha gustado reencontrarme con él.
un abrazo
un placer leerte amigo mio abrazos
ResponderEliminarBien merecido lo tienen, esos torturadores. Muy ingenioso
ResponderEliminarsaludos
Siempre hay alguien peor.
ResponderEliminarEl que a hierro hiere, hierro muere.
ResponderEliminarBuen giro final, me ha sorprendido.
ResponderEliminarDemoníacamente genial, Luisa.
ResponderEliminarTal como nos tienes malacostumbrados.
como siempre querido amigo un placer pasar a leer tus entradas besitos
ResponderEliminarHistoria muy bien escrita y llevada, Luisa. Felicitaciones.
ResponderEliminar¡Agh! Retorcido y original, ¡bien!
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